Hace tres días cumplí 54 años y desde el mero 5 intenté sentarme a escribir algo, pero hasta hoy me fue imposible. Cumplir años me gusta y me gusta celebrar y que me celebren. También me recuerda tiempos pasados, que no siempre fueron mejores, pero donde se quedaron personas que hoy (por una cascada de diferentes motivos) ya no están. Y yo, cada año, las vuelvo a recordar.
Los días anteriores al cumpleaños fueron raros, difíciles, largos, tristes. Sentía que un manto, muy negro y muy pesado, se había aposentado sobre mí. Duelos. Dudas existenciales. Ansiedades. Llantos. Y demás compañeros oscuros.
También es cierto que aunque ese lugar no me resulta extraño (lo he visitado varias veces a lo largo de mi vida), en esta ocasión pude ver, aun estando dentro, que era pasajero. (En general cuando estoy ahí, estoy convencida de que no pasará nunca.) Y también, pude darme cuenta cómo el tejido del manto no es tan sólido como parece, sino que la tela ha empezado a abrirse, dejando huecos entre los hilos por donde se cuela la luz. Y entonces la experiencia misma fue menos trágica de lo que solía ser. Todo un hallazgo.
Y así llegué al aniversario decidida a acabar de quitarme el manto de encima. Primer remedio: corte de pelo "en privado" con Bruno. Y los restos de depresión quedaron junto con los mechones, tirados en el piso. Salí de ahí contenta y muy regalada y sin planes definidos para el resto del día. En casa me esperaba mi hijo con Protágoras, mi regalo de cumple. Al rato llegó mi amiga Evelyn y los cuatro nos fuimos a comer. Aquí una de las fotos que ella nos hizo:
Y así vienen y van los días y se pasa la vida. Solo me queda vivirla y dejar ir los momentos para dar la bienvenida a los que siguen, intentando fluir más y azotarme menos.
Feliz vida!! Me dijo Moni que se verán mañana. No puedo así que festejamos en la semana. Besos
ResponderBorrarHagámoslo. Besos de vuelta.
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