lunes, 29 de mayo de 2017

mega hallazgo (15)

o saliéndome de la camisa de once varas

De mi abuela Rosa aprendí aquello de "meterse en camisa de once varas". Hasta hoy, había sido incapaz de imaginarme la famosa camisa. Siempre pensé que estaba hecho de varas o ramas delgadas y por ello, supongo, me traía a la mente un cuento infantil, —"Los once cisnes salvajes", de Andersen, confirmado gracias a google, por supuesto—, en el cual la hermana de once jóvenes, convertidos en cisnes por la mala del cuento, debe tejer once camisas de ortigas (o de algo igualmente difícil y doloroso de manipular) para romper el hechizo que cayó sobre sus hermanos (por cierto que casi lo logra, solo a un hermano le quedó un ala de cisne en lugar de brazo).

Pero claro, las once varas de la camisa de mi abuela nada tenían que ver con Andersen. Las once varas se refieren (según wikipedia explica en más detalle  aquí) al tamaño de una camisa que se usaba en la Edad Media en la ceremonia de adopción de un niño. Y el ritual simbolizaba lo complicado que podría ser la empresa que se estaba acometiendo y lo innecesario de complicarse la vida.

Yo me quedo con la primera parte, o sea, cómo a veces me complico la vida, pero no siempre es innecesario. Quizás incluso, a veces, sea necesarísimo. Mi complicación más presente en estos días es la escritura de mi segunda novela (aunque ahora dudo que la "primera", mientras no la reescriba, sea realmente una novela). Llevo casi dos años trabajando en ella (más otro año dándole vueltas al asunto mediante la escritura de relatos cortos). En el camino ha habido momentos gloriosos junto a otros en que he estado a punto de tirar la toalla. Lo esencial ha sido, sin duda, persistir, a pesar de todo, a pesar de mí.

Las últimas semanas he estado rondando y empezando a plasmar lo que será el centro neurálgico de la novela (como dice, Isa, mi súperprofe): el punto a partir del cual se empezará a gestar el desenlace. Y me señala Isa también que es normal (menos mal) que en este punto los capítulos se me hayan encasquillado un poco.

Ayer, sin ir más lejos, me vino una crisis: ¿por dónde me sigo? ¿vale la pena seguir? y demás preguntas del estilo. Y de pronto, mientras le daba vuelta a varias cuestiones en mi cabeza sin hallar una salida, me encontré con lo obvio: "No es tu historia la que estás contando. Estás contando la historia de tus personajes." Liberación (casi) total. Claro, me dije, la que importa no soy yo. Son ellos. Y así pude dar un paso atrás para, paradójicamente, acercarme a F y a A con más frescura y más cercanía.

Este paso, a su vez, me llevó a entender otro comentario de Isa. Despiadada y a distancia describió mi relación con los personajes en los capítulos más recientes. Claro, me volví a decir, si me quedo en el nivel de la novela como un simple "ajuste de cuentas", entonces me convierto en victimaria de mis propios personajes. Y eso, además de que no lleva la escritura a ningún lado, simple y sencillamente no se vale.


Así, la escritura como la vida:
tres pasos para adelante y dos para atrás, o tres o cuatro o los que haga falta.

Saliéndome de la camisa de once varas, no sin antes agradecer lo aprendido.

Errando y errando a lo largo del camino sin yerro.

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