Una historia triste.
Ayer me fui a preparar un té, durante una pausa en una película que veía con mi hijo. Cuando le iba a poner azúcar a la taza (intentando seguir mi reciente resolución de limitarme a una cucharadita), descubrí que había una hormiga dentro de la azucarera. No era muy pequeña, así que pensé que sería fácil sacarla con un rápido movimiento de la cuchara. Y al hacerlo, sin mala intención pero con una precisión asombrosa, la decapité. Salieron volando dos pedazos: uno muy pequeño y otro más grande, que se retorció durante unos segundos.
Me sentí fatal. (Si hubiera intentado matarla así, seguro no lo habría conseguido). Tomé los dos pedazos y los coloqué con cuidado en una maceta, con la aspiración de que el pobre bicho tenga un buen renacimiento.
Y entonces me acordé de una alumna que me dijo el otro día
que yo solo escribía historias de cómo rescataba animales.
Lástima que no siempre sea así...
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