Si un suspiro, como decía mi abuela Rosa, es un beso no dado, ¿qué es entonces ese beso que alguien nos da, en un sueño, quien sea, un desconocido, que posa ligeramente sus labios sobre los nuestros, sin abrirlos, dejando una huella de deseo y de ternura, de cercanía, que desaparece al despertarnos?
Quizá sea como una flor silvestre al borde del camino de un estacionamiento, donde ilumina el mundo sin que nadie la vea apenas.