jueves, 5 de octubre de 2017

Historia de una planta 2



Hace añísimos (Santiago era un bebé en ese entonces), Adrián y yo andábamos de paseo por Tepoz y alrededores  y nos llamó la atención un puesto de plantas sobre la carretera: solo cactáceas. Grandes, pequeñas, con flores, sin ellas, con espinas o sin espinas. Quizá hubiera también alguna suculenta. Decidimos comprar una, esa que parecía una piedra. Venía en un pequeña maceta de plástico café. La llevamos a casa y empezamos a cuidarla. Crecía muy despacio.

Cuando nos separamos, la "piedra" se vino conmigo. Y la seguí cuidando. Y siguió creciendo. Muy despacio. Cuando llegamos al departamento donde llevamos ya 12 años, la coloqué en el balcón y un buen día, sin querer, la empujé y cayó dos pisos. Bajé corriendo a por ella. La maceta se había roto y la planta estaba herida pero completa.


Entonces la recogí con cuidado y la volví a subir. Desalojé una maceta que ya tenía solo yerbas y la trasplanté, disculpándome por mi descuido y deseando que sobreviviera. De eso, debe hacer uno o dos años. Seguí cuidándola, maravillada de que se repusiera de la caída. Al poco tiempo, noté que le salían unas pequeñas protuberancias peluditas al centro de las seis gajos que la componen. Pensé que podría estar a punto de florear, pero las protuberancias se quedaron así, sin mayor cambio. Hasta que hace unos días, después del terremoto del 19 de septiembre de este año, salí al balcón, a recoger ropa seca, quizá. Estaba de mal humor, o más bien con esta sensación de resquebrajamiento interno que nos ha quedado a muchos después del sismo. Entonces descubrí que la piedra tenía una preciosa flor, amarillo claro. Sorprendida y encantada, tomé la maceta entre mis manos y se la enseñé a Santiago, que estaba pasando en Cuernavaca unos días, esperando volver a clases en la Ciudad de México. "Mira", le dije entusiasmada, "floreó". Y le saqué unas cuantas fotos. En ese momento, mi malestar cesó dando paso a un espacio abierto.


Como esta planta, como tantos seres, la vida sigue a pesar de las resquebrajaduras o con todo y ellas. No desaparecen. Nos dejan marcados. Y aprendemos a seguir viendo de otro modo.
Nuevo.
Diferente.

Eso debe ser la tan mentada "resiliencia", la "capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos", como la define la RAE.

Menos mal que siempre hay alguien por ahí que nos lo recuerda cuando nos preguntamos cómo hacer para seguir, cuando incluso levantarnos de la cama parece, de pronto, una tarea inabarcable.

3 comentarios:

  1. Muy bonito, gracias por compartir, así me he sentido últimamente

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Qué gusto que te pases por aquí, Ruth, y que las palabras nos hermanen. Un abrazote.

      Borrar
  2. Amiga querida aun integrando los movimientos intensos! Esta energía rara de miedo presente. Como andas la próxima semana. Urge vernos. Te extraño un buen.

    ResponderBorrar