Santiago vino de México y nos echamos varias pelis juntos (desde Rojo amanecer, que yo vi cuando se estrenó hace casi 30 años, hasta Alpha, una hermosa cinta sobre un joven en el neolítico europeo y su amistad con un lobo). El domingo él tiene plan, así que le doy un aventón, de camino al Tour de Cine Francés.
Llego a Galerías con más de una hora de anticipación. El centro comercial está apenas despertando. Hay trabajadores y casi ningún cliente. Algunas señoras de la limpieza están montadas en unos maquinones, como tractores urbanos, desde donde se pasean puliendo los pisos (me imagino). Miran desde arriba pero no hacen contacto con los ojos. Le doy los buenos días a una señora que limpia, a pie. Apenas me responde. Hay piezas de plástico anaranjado bloqueando el paso por ciertas zonas (que deben estar húmedas).
Después de comprar mi boleto (el primero que venden esa mañana, seguro: no habían abierto la taquilla aún), me instalo en Starbuck's con un café, un pan relleno de chocolate y mi kindle, donde estoy leyendo Americanah, la primera novela que leo de la escritora nigeriana, Chimamanda Ngozi Adichie. Estoy clavadísima.
Muerdo el pan y el chocolate derretido se escurre y me mancha los labios, casi alcanza mi barbilla. Me limpio y volteo a mi alrededor para detectar testigos. No los hay (que yo me dé cuenta). Y entonces me imagino convertida en un personaje de novela o de cuento. «Ella se limpia el chocolate derretido de la cara como una niña, entre divertida y avergonzada.»
También pienso que alguien podría estarla viendo mientras ella se limpia los bigotes de chocolate. Y enamorarse de ella. O no.
Y también pienso que lo que pienso puede servir para una entrada del blog.
Para entonces, se había pasado la hora y me encamino a la sala 10, la "sala de arte", que normalmente tiene bastante poco público. En cambio, hoy está casi llena y sigue llenándose. ¡De adolescentes armados con celulares, palomitas, refrescos, nachos y más compañeros adolescentes (enviados como tarea de las clases de francés de sus colegios)! Y mi asiento queda entre un chico, bastante callado por suerte, y un señor mayor que se dedica a explicar la película o repetir frases en francés. El horror.
Trato de abstraerme o de conformarme a la situación y disfrutar la peli. Y me meto bastante, hasta lloro, lo cual no es algo que se me dé con dificultad. Y cuando faltan 7 minutos para que acabe (como nos enteramos después), el proyector truena y nos quedamos sin saber el final de Monsieur Je-sais-tout, aunque no es difícil de imaginar.
A la salida me encuentro con algunas de mis alumnas, que iban a verla sin demasiadas ganas y aún no sabían si lo lograrían. Ojalá que sí, pues quedamos en que me contarían el desenlace.
El resto del domingo lo paso tranquilamente en casa. Espero a Santiago. Llega. Platicamos. Lo acompaño a cenar y a estudiar y, así, se cierra un fin de semana más.
Envidia de domingo!! Ya pongamos fecha para un café 😀avisame tus tiempos para ver si coordinamos no?
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