lunes, 29 de octubre de 2018

Rómulo y Remo


Este es Rómulo, porque fue el primero (también era el más grande). Allí, entre el tallo de esa planta que puse en agua para que echara raíces (lo cual no sucedió), está una larva de mosco, según me ilustró mi amiga y alumna Luz, que es bióloga.

En la misma agua que Rómulo, había otra larva más pequeña, su hermano Remo. (El bautizo fue ocurrencia de Santiago, cuando llegó de México y le enseñé a estos seres que nos habían nacido en casa.)

Eso sí, cuando Luz me dijo qué eran (yo los veía como extraterrestres minúsculos), saqué el vasito al balcón, para que una vez que completaran su desarrollo (de larva a pupa y de pupa a mosco) volaran felices.

Luz me dijo, también, que podía echar un poco de cloro en el vasito. Pero se morirían, ¿no?, pregunté. Ella asintió. Si a mis alumnos en la secundaria no les dejo matar bichos durante mis clases, no me voy a poner a matar a las crías de unos moscos, le expliqué.

Quizás mi postura sea un poco grotesca desde algunas perspectivas, como la de la salud púbica. Desde la del budismo, se considera que todos los seres fueron alguna vez nuestra madre y se enseña a tenerles compasión (y no matarlos... si se puede evitar.) Pero lo más importante, me parece, es que se trabaja para erosionar el patrón mental de la agresión, de matar porque sí o por alguna razón aparentemente válida, como protegernos de quienes nos quieren hacer daño. Es decir, los "enemigos" que están más en nuestra mente que "allá afuera".

En fin, después de varios días, resulta que Remo aún tiene chance. Rómulo, el pobre, no lo logró. Parece que una vez transformado, no pudo abandonar el vasito y se ahogó.

Así la vida, tan fascinante como cruel.

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