flores de santiago |
yo.no.importo.yo.no.importo.yo.no.importo.yo.no.importo.yo.no.importo.yo.no.importo
Me parece que mi mamá seguramente aprendió, sin darse cuenta, que ella no le importaba a nadie. Esa sensación se le fue de las manos para invadirme a mí, como si, en cierta medida, no pudiera distinguir dónde terminaba ella y dónde empezaba yo.
Ahora soy yo quien tiene que distinguir (seguir distinguiendo) entre lo que mi madre me decía (como diciéndoselo a ella misma) y lo que me digo yo (a veces repitiendo sus palabras, como quien repite una maldición). Ahora soy yo la que le tiene que poner un alto a esas palabras que, en realidad, no son mías y buscar las que sí lo son.
En el camino aprendo a expresar lo que necesito, como un detalle, por mínimo, cursi y capitalista que parezca, el día de la madre, por ejemplo. Y recuerdo a mi madre a quien nunca creo haber reconocido demasiado, más allá de las tarjetas confeccionadas de muy niña en la escuela.
Hoy la pienso. La siento. La invoco. Y le envío mi cariño, cada vez más libre de necesidad. Un día después del días de las madres.
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