lunes, 22 de julio de 2019

hallazgo 23


Hace unos días caminaba a mi cita con el homeópata (mi coche se lo había llevado el mecánico) después de una sesión de intercambio compasivo. En una pared, me encontré con este corazón. Me sorprendí y (por supuesto) lo fotografíe: Justo había estado trabajando con mi propio corazón bajo la guía de Isa. Descubrimos cómo estaba bien, vulnerable (como debe ser un corazón), en versión fisiológica, pero jalado entre dos fuerzas: la de la cabeza, que se manifestó como una cinta de hierro negro que terminaba en una especie de cabeza en forma de gota, negra también, y me remitía a la energía de mi padre: racional y crítica. Por el otro lado, había más bien una ausencia, un hueco en la energía que reside debajo del ombligo, fuente de la creatividad y la intuición. La cabeza negra amenazaba con ocupar ese lugar también, pero el corazón sabía que no era conveniente si quería alcanzar un equilibrio. Y entonces, habló con la fuerza negra y le dijo que no hacía falta que ocupara tanto espacio, que la tomaría en cuenta, pues tenía algunas cosas importantes que decir, pero nada más. La cinta racional volvió a su lugar, dejando espacio a un tejido verde claro, como de hierba recién nacida, que empezó a surgir en la parte baja del vientre. Al final el corazón, en versión dibujo y de color rosa, quedó equilibrado entre el negro y el verde, entre la razón y la intuición, más o menos así:





Y yo, mucho más tranquila y abierta, for the time being.
(Gracias, Isa, otra vez.)

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