Hace casi tres años, hablé acá de esa planta que donde quiera que cae echa raíces, la sinvergüenza, según el apelativo popular. (Quizá la podríamos llamar mejor superviviente o chingona...)
Esta vez, iba de camino al peluquero (estilista, diría él) y, al doblar en la esquina donde queda su lugar, vi de reojo un montón de florecitas rosas sobre hojas lila oscuro. Como tenía tiempo, estacioné el coche y salí, cámara en mano, en su dirección.
No es la misma sinvergüenza de mi otra entrada (que tiene hojas rayadas, verdes y lilas, extendidas y no en forma de cuna como estas, y una flor quizá más pequeña y de tono más claro), pero es una sinvergüenza. Eso seguro. Todo el derredor del árbol donde crecía estaba plagado de flores lilas.
Lo más sorprendente es lo que mi camarita rosa puede hacer cuando se lo propone: unas imágenes precisas y nítidas (con minipistilos, minisombras de pistilos y hasta telarañas ) como si de un macro profesional se tratara.
Así, mi mirada se expande más allá de lo que yo misma me doy cuenta que puedo ver.
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