Llevo viviendo en Madrid tres meses y una semana: toda un vida o un mero parpadeo, según se mire. Y entre todas las cosas que me sorprenden, el lenguaje es una de las más fascinantes. Con todo y que mis orígenes paternos están de este lado, el español que se habla me ha resultado tan diferente del nuestro que ahora entiendo por qué mi amiga Maite, en la secundaria, decía que ella era biligüe (hablaba castellano en casa, con sus padres refugiados como el mío, y mexicano en la escuela).
Así que yo esto lo sabía, claro, pero vivirlo es otra cosa. Hoy una primera muestra de la recopilación de palabras y expresiones que voy haciendo día a día:
- Aquí la gente no se va, se marcha.
- Y un escándalo del demonio un puede ser un escándalo de mil pares de narices.
- Nadie te da un aventón y se escandalizan la primera vez que se lo pides. Solo te hacen el favor de acercarte a casa, por decirlo de algún modo.
- Tampoco van hechos la chingada a ningún lado, sino que van a toda pastilla.
- Y si comen demasiado en una celebración, te pueden decir que nos pusimos mora(d)os.
- De quien está o es muy nerviosa, dicen que está como una moto.
- Y si algo te gusta mucho, aquí dices que te mola mogollón. O que no mola nada si te disgusta.
- Si estás de broma o ni de broma harías algo, aquí dices que ni de coña.
- Y si algo te produce un aburrimiento total, es un coñazo.
Hay otras dos palabras que, en realidad, son universos y merecen su propia entrada, sobre todo porque el proceso para entenderlas ha sido (o está haciendo) especialmente interesante: marrón y tela.
Pronto me abocaré a ellas.
Estén (o estad, de este lado) pendientes.
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