Por primera vez en mi vida, paso el Día de Reyes lejos, muy lejos, de mi casa y en soledad. (Que no en desolación.) Conmigo, pues. Y los Reyes, como siempre, se pasaron a dejarme sus regalos: los míos (que se ven colgantes en esta foto) y los de mis seres queridos del otro lado del mar (que aguardarán pacientes algunos meses todavía su entrega).
Ayer, por fortuna, gocé de muy buena compañía, en una comida de víspera de Reyes en casa de amigos queridos en la sierra cerca de Madrid, donde, además, tuve la suerte de que Jaime me partiera (aquí el partido no es un acto personal) un trozo de roscón (como le dicen acá a la rosca) que traía a este Melchor como regalo. En España, los roscones no traen monitos ni muñecos (pero pueden estar rellenos de nata [o sea, crema]), sino sorpresas y un haba, que te compromete a pagar el roscón, si te toca y si tus anfitriones no son Vicky y Jaime. Acá nada de tamales para la Candelaria, aunque podríamos inaugurarlos...
Y así se pasaron las fiestas (Navidad y Año Nuevo en Francia, viajando y celebrando con amigos mexicanos y franceses, aprendiendo a surfear las olas de la intimidad familiar ajena, disfrutando y agradeciendo). Y así se llegó el 2020, que más que propósitos, para mí se presenta lleno de proyectos (sobre todo el de corrección de mi novela en el Hotel Kafka), de planes de escritura, de próximas salidas a por cañas con las amigas del máster (incluso de un amigo invisible y su correspondiente regalo el próximo 9 que reiniciamos clases) y de apertura continuada a las experiencias de este lado del Atlántico. En el horizonte también hay algún que otro viaje, por lo menos, para la celebración del cumple de una amiga en Cataluña (y a mí que no me gusta[ba] viajar..). Y algo se me ocurrirá para celebrar el mío. Fuera, muy fuera, de mi zona de confort.
Y este lugar distinto al conocido, al familiar, al hogar (en donde cabe mucho más de lo que yo pensaba) ha resultado ser sorprendente, en especial por lo que de mí misma me ha enseñado (y me sigue enseñando). He descubierto que puedo ser bastante más tolerante de lo que pensaba. Con mi propia persona y sus desaguisados, sus malestares, sus recuerdos, sus dolencias, sus sueños. También con los demás, con mis amigos de antes y de ahora, con mis conocidos de antes y de ahora, con los hábitos y patrones culturales nuevos y desconocidos. Me ha sorprendido esta flexibilidad que ha iluminado, a su vez, mis partes aún rígidas e intolerantes.
En fin, que aunque a veces todavía siento que estoy soñando, y no viviendo del otro lado del océano, acojo las emociones y los pensamientos y las dudas y los miedos y las tristezas que pueblan este sueño (más o menos lúcido) y sigo caminando con ellos.
Gracias mil a quienes me acompañan y me acogen, tanto de este lado del mar como del otro, en este periplo. A quienes lo hicieron alguna vez y a quienes seguramente lo harán en lo que queda del viaje, que de pronto es como este paisaje inasible de árboles y niebla...
una mañana de diciembre en El Retiro |
o como el azul luminoso de un cielo madrileño...
Valiente y aguerrida amiga, entiendo perfecto eso de descubrirse mucho más flexible de lo que uno creía, que gozadera!!
ResponderBorrarTe sigo acompañando en todos tus estados durante tu maravillosa aventura. Abrazossss
Abrazosssssssssss muchos de vuelta, apretados y calientitos. ¡Gracias por la compañía! Te espero para compartir parte de la aventura en persona...
BorrarFeliz año Adela!!!
ResponderBorrarQue bonitas palabras sobre tantas experiencias personales y cooficiales..
Un abrazo grande
Soy Marie
ResponderBorrar¡Gracias, Marie! Qué gusto que me leas y que me comentes. Es inspirador. Te mando un abrazo grande de vuelta y mis mejores deseos para este 2020 que inicia. Que te traiga muchas muchas cosas buenas.
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