martes, 4 de febrero de 2020

Día de la Candelaria



En Corazón Agavero, Mezcaloteca (en el barrio de La Latina), celebramos hace dos días (según lo vaticinado por mí en este blog el pasado Día de Reyes) el Día de la Candelaria en Madrid. Fue una celebración hacia adelante, es decir, que no celebré con quienes partí el roscón (pero podemos ir cuando ellos quieran), sino con mis compis del máster, a quienes convencí, con un par de semanas de antelación, de la necesidad de comer tamales el 2 de febrero. Resultó que uno de los sitios que para tal propósito encontré gracias al internet es, además, un paraíso del mezcal.

Nos reunimos siete de las doce integrantes del grupo, incluyendo a nuestro único chico. La mayoría quería empezar con cervezas antes del mezcal. Los convencí, de nueva cuenta, de que el mezcal es un aperitivo, noble como el que más, y que podíamos tomarlo a la par de las birras, que no había que temerle. Jesús se inclinó por una michelada y yo le hice la segunda, una vez que determinamos que era la cerveza "con guarrerías" (y no solo con jugo de limón). Estaba deliciosa, tanto que repetimos. Y llegaron también los mezcales (no de pechuga, que era carísimo, pero sí el de la semana que también estaba muy bueno), servido en unos minibules, que le daban ese toque exótico a la situación, acompañado de tres tipos de sales (de gusano, de hormiga y de jamaica) y rodajitas de naranja. A mí me pareció espectacular, ese suave gusto ahumado y el sabor de mi tierra.

En el aire sonaban Juan Gabriel y José José y Ana Gabriel y otros cantantes mexicanos, pero no se podía pedir música porque, según nos explicaron, sería súper difícil ir complaciendo todas las peticiones, así que nos quedamos con ganas de escuchar a Alejandro Fernández. Y entonces llegaron los tamales: versiones pequeñas de los que suelo comer en casa, la mayoría costeños o oaxaqueños (envueltos en hoja de plátano) y solo los de piña envueltos en hoja de maíz.

las 7 valientes fotografiadas por el mesero








Yo les aseguré a ms amigas que eran tamales no solo auténticos, sino de buena calidad y no creo haber mentido. Lo cierto es que mi nostalgia y mi antojo hubieran transformado cualquier tamal en una exquisitez. Vino una segunda ronda de tamales y de mezcales y de salidas a fumar y de seguirnos conociendo más y más. (Y yo que pensaba que me era tan difícil hacer nuevos amigos...)

En Madrid una no puede celebrar en un solo sitio y ya está. Del lugar original, hay que irse a otro (o a otros). Así, caminamos hasta cruzar la Plaza de Cascorro (sí, como en aquella canción de María Dolores Pradera que oía mi padre) y entramos en un bar, cuyo nombre ya no recuerdo (creo que nunca lo supe). Ahí continuamos con cervezas y algunas cambiamos a cubas, según marca nuestra tradición kafkiana. Y llegó la noche, y algunas se fueron yendo y otras nos quedamos, profundizando aún más, hasta que llegamos al punto de pedirnos (y compartir) unos huevos rotos (mi plato madrileño predilecto), que estaban de película. María me prometió, entonces, que me llevaría a otros que están de óscar y muero de expectativa.










Así pues la celebración del día en que inicia el ciclo agrícola y se llevan a bendecir las mazorcas, en que se viste el Niño Jesús y se la presenta en el templo, en que vuelve la luz, en que la Virgen se purifica después del parto, en que se celebra a la patrona de Tenerife, la Virgen de la Candelaria, y en la que las amistades se alimentan de tamales y mezcal del otro lado del mar.


2 comentarios:

  1. Salud!! A la próxima te tomas unos por las amigas del café de superama. Te mando un abrazo

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    1. Las próximas cañas (cervezas/birras), brindis por las amigas del Superama. Ya te contaré. Un abrazo de regreso...

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