Cosas que voy a hacer tras la cuarentena
- Ir a un restorán mexicano, al de Cascoro por ejemplo, porque a mi país no sé cuándo podré volver. Ahí beberé tequila o mezcal o los dos y una michelada o dos, comeré chilaquiles con un huevo estrellado (espero que los tengan y si no, lo que tengan). Tras varias copas cantaré mi himno nacional a todo pulmón, quizá fuera del lugar. (Nunca me he sentido más mexicana que viviendo acá y no entiendo cómo España tiene un himno sin letra. )
- Tomarme una horchata de chufa en alguna terraza de la Castellana. (Estoy ya lo había pensado antes del confinamiento, incluso antes de llegar a Madrid, pero hoy se hace más urgente).
- Ir al Rastro, que no he ido nunca. (Por favor, que se abre el Rastro antes de que me vaya.)
- Comerme un helado. En la calle. En barquillo. A lengüetazos.
- Ir a conocer a Carmela, la de Plensa, en Barcelona, en las afueras del Palau de la Música.
- Cortarme el pelo y pintármelo, en el salón que anuncia tintes naturales, aprovechando la ida a Cascorro.
- Abrazar a propios y a extraños. A quien se deje. A mis amigas. A desconocidos. A los vecinos. Hacerme muégano cuanto antes en un abrazo que no acabe nunca. (Lo de abrazar a mi hijo aún queda muy incierto.)
- Tomar el 147, del otro lado de Castellana. Pasar por la Plaza de Chamberí, la glorieta de Bilbao y bajar por San Bernardo hasta Callao. Bajar la Cuesta de Santo Domingo hasta la Plaza de Isabel II, bueno hasta la Ópera. Caminar hacia el Palacio Real y saludar a los reyes godos. Doblar en Bailén a la izquierda, pasar frente a la Almudena, cruzar la Calle Mayor, llegar al Viaducto de Segovia. Detenerme tres días a ver los atardeceres. Y sus reflejos en las mamparas antisuicidios.
- Ir a la Cuenca querida de María Loherr.
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