En la página 15 de su novela Kanada, Juan Gómez Bárcena hace una descripción de lo que es y lo que no es el hogar. Me conmovió tanto que la copio aquí:
(...) el paisaje de un hogar no está hecho de paredes ni cimientos sino de detalles, de olores, de una determinada disposición de los muebles y una narrativa tejida en torno a esos muebles, de una fotografía presidiendo la entrada al salón y un reloj de pesas manoseando con gravedad las horas (...)
Tras más de un mes de encierro, y más de cinco meses de estar viviendo lejos de mi casa, la noción de hogar (el término en inglés home siempre me ha parecido más cercano) cobra más relevancia y se vuelve más insasible que nunca.
Mi hogar, por antonomasia, está del otro lado del Atlántico: junto a mi hijo, junto a su novia, junta a mi gata, en el departamento donde he vivido durante casi 15 años. Y allá está, como dice Gómez Bárcena, en los detalles, en los olores, en los muebles y las fotografías, las pinturas y los adornos, en los sonidos que entran de fuera y los que producimos dentro, en la luz que cambia con los meses y en la sombra que lo cubre de noche o cuando está muy nublado. Pero hoy todo eso está tan lejos que parece una invención de mi mente.
De este lado del mar, como lo he dicho en varias ocasiones, vivo en casa ajena y eso dista mucho de ser un hogar. Sin embargo, he notado como poco a poco, en ciertos detalles, le he dado un barniz de hogar, sobre todo a la alcoba donde duermo, que es casi solo mía.
Hay una cama individual bajo un cristo crucificado, que intento no voltear a ver. Al lado derecho de la cama hay un mueble grande de madera con cajones y protegido por un vidrio. Del lado izquierdo, hay un buró, también de madera y también con vidrio.
Y mis objetos se han ido apoderando, poco a poco, de esas superficies.
En el buró tengo: Dos botellas vacías de cerveza La Virgen (porque me gustan y porque creo que a mi hijo también le gustarían: en casa tenemos varias de otras marcas); una lata vacía de cerveza Estrella de Galicia (que conservé del regimiento que mis amigas me mandaron por mi cumpleaños); dos reyes magos de roscón (uno que me saqué y uno que se sacó Ana), un haba de roscón también (porque me da pena tirarla); una postal del retrato que Sofonisba Anguissola le hizo a la infanta Catalina Micaela, hija de Felipe II, con un mono tití y un narciso en el pelo; una combi amarilla de juguete, de esas de tracción (que compré en Lyon en diciembre, porque me encantan las combis y me recuerda a la que tenía mi tía Marisa y a la que tiene mi amiga Marie y al juego de contar volkswagens que juego con mi hijo cuando vamos en el coche). En el buró también viven mi kindle y mis pelotitas de terapia cráneo-sacral, que vienen de México.
En el otro mueble caben más cosas: Otra botella vacía de cerveza La Virgen, que detiene una postal de la exposición de dibujos de Goya que hubo en el Prado, donde aparecen dos mujeres lavando ropa y otra tendiéndola; una botella de plástico para agua en forma de león (que traje de México y me recuerda a mi hijo); un cacharrito vacío de barro de arroz con leche que compré en el súper cuando volví de Francia, que me gustó y donde guardo una pluma (boli), crema para los labios y un collar; una canastita que traje de México para regalar, pero luego conservé para poner los aretes (pendientes) que más uso; una caja vacía de Thé de Ceylan de Twinings (que también vino de Francia), donde guardo medicamentos; una caja de cartón vacía donde guardo lo que no tiene otro lugar, incluyendo dos envases vacíos de vidrio de yogur natural Danone (de esos tengo varias más repartidos por lugares impensables y cajones, para sorpresa y algo de disgusto de Ana) sobre los cuales descansa una postal de la exposición La naturaleza de las cosas de Chema Madoz. Están mis lentes (que vienen de México), mis libros (adquiridos acá o prestados), un diario (un cuaderno mexicano con una luna bordada sobre una cubierta de tela azul), y tres plumas con tinta de diferentes colores (café, morada y azul). En la noche, también vuelve mi pequeño Buda viajero (que durante el día me acompaña en el despacho), sentado sobre otro envase vacío de yogur.
Y sí, estos objetos cuentan cosas de mí. Le dan un sabor particular a un dormitorio mucho más aséptico antes de mi llegada. Pero la sensación de hogar, o de falta de hogar, no deja de ser algo huidizo que hoy me encoge un poco el corazón.
Gracias por el tour tan vívido de la casa donde hoy habitas, lejos pero cerca de ti con el ❤️
ResponderBorrarDe nada, amiga. Gracias por acompañarme desde lejos pero cerca... ❤️
BorrarGracias Adelita amada por esta descripción de tu alcoba. Ahora puedo acompañarte más cerquita en tus horas de sueño. Tu hogar es donde tú estás Adelita. Se llena de tu energía y de tu amor! ¿Cómo es el despacho? La ventana la tengo muy clara con el ir y venir de peesonajes y situaciones. Gracias!
ResponderBorrarGracias a ti, Olguita, por estar presente, por leerme, por acompañarme. Y me quedo con la frase de "tu hogar es donde tú estás": me parece preciosa. Ya te haré una descripción del despacho pronto. Te mando besos muchos.
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