Hoy salí a la calle a eso de las 2 de la tarde, que por edad no es mi hora, pero necesitaba sol. Entonces me llevé la basura de cartón y papel para tener el pretexto de ir al contenedor. Una vez cumplida la tarea y con el bote en la mano, tomé el camino largo a casa, o sea, caminé un par de cuadras y volví por la otra acera. Y me encontré arbustos con racimos de flores blancas de olor delicioso. Y las olí. Y las fotografíe. Y también otras flores, de pétalos blancos y centro amarillo, a ras de piso. Viví un rendija de primavera y recordé cuán feliz soy afuera. Me di cuenta de que no me he convertido ni en agorafóbica ni en claustrofílica. Solo lamenté no poder ir más lejos y celebrar, por ejemplo, el día de la madre con María, mi hija de acá, brindando con unas cervecitas por Lavapiés después de pasear por el rastro.
Quizá salga esta tarde, otra vez, antes de mi hora, como acompañante de Ana,
ya sin sol, pero aún con luz.
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