martes, 15 de septiembre de 2020

s o n i d o


Del lat. sonĭtus, infl. en su acentuación por ruido, chirrido, rugido, etc.
1. m. Sensación producida en el órgano del oído por el movimiento vibratorio de los cuerpos, transmitido por un medio elástico, como el aire.

O sea que, para que un sonido lo sea, alguien tiene que escucharlo. A un ruido le pasa igual, porque es solo un sonido inarticulado (lo que sea que eso quiera decir) y por lo general desagradable (según la propia subjetividad, claro).
Desde que dejé mi casa en Cuernavaca, los sonidos y los ruidos han adquirido una relevancia particular, porque constituyen una parte esencial de los entornos nuevos en los que me voy encontrando. Los de Madrid, en particular los del piso del confinamiento, los abordé de forma más o menos aleatoria en mis escritos de entonces. En Barcelona, he prestado una atención más ordenada a estos elementos que conforman mis hogares transitorios.

Aquí una selección de los ruidos y sonidos a los que me he familiarizado en la ciudad condal y que me hacen sentir en casa:

  • las pelotas de pádel (o tenis) que rebotan en las raquetas o en el piso de las canchas que están más allá de la piscina (a veces se mezclan con algún grito de victoria o frustración)
  • el alboroto en la piscina (agua, chapuzones, gritos, brazadas, patadas, agua), que hoy está en su segundo día de ausencia (la piscina tuvo su último día de verano antier y permanecerá cerrada hasta el próximo año)
  • el chirrido espeluznante de las cuerdas de donde se tiende la ropa a lo alto y lo ancho del patio interior del edificio donde vivo, o más bien, de las ruedas que las hacen girar, imposibles de lubricar, pues la grasa se quedaría en las propios cuerdas y de ahí pasaría a la ropa limpia
  • el soplador de hojas, aparato endemoniado (además del ruido infernal que hace, contamina un montón) que me persigue por donde quiera que vaya: Cuernavaca, Madrid, Barcelona,  y yo que pensaba que era un signo del tercer mundo
  • los graznidos de los cotorros, que también han tomado Barcelona, creo que antes de que hicieran lo mismo con Madrid (del piso donde vivo se oyen lejos, pero permean muchos de los paseos por las calles barcelonesas)

Y luego están los otros, más íntimos, que acaban de colorear este hogar. 
Y en el fondo de mi mente, puedo escuchar los sonidos de mi hogar del otro lado del mar, aunque no haya medio elástico que me los pueda hacer llegar hasta acá. 

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