viernes, 10 de septiembre de 2021

c*u*i*j*a


No pensé que esta palabra estuviera registrada en el diccionario de la Real Academia, pero está. Y dice el DLE que, en Honduras y México, es un reptil de la familia de los gecónidos pequeño y muy delgado. También dice que, en México, se refiere (despectivamente, digo yo) a una mujer flaca y fea, o sea, la visión del patriarcado a todo lo que da, aunque yo en realidad nunca lo he escuchado (por fortuna).

cuija en mi balcón

Yo conocí a las cuijas en Acapulco, cuando fui de niña la primera vez. No recuerdo si las vi, pero sí las escuchábamos. Esos besos que de pronto irrumpían durante la cena o antes de irnos a dormir se achacaban a las cuijas, que a mí me parecían una suerte de seres míticos con poderes mágicos, entre ellos la invisibilidad.

Supongo que las llegué a ver en Cuernavaca, antes de mudarme a este departamento hace 16 años, pero es aquí donde nos hemos vuelto plenamente compañeras de piso. Las escucho por todos sitios y aparecen en los lugares más inusitados, como detrás de los cuadros. Viven escondiéndose y, sobre todo, de mi gata. La Khandro muere por cazarlas y puede pasarse horas con la mirada fija en un lugar donde escuchó una o la vio esconderse. Alguna vez ha logrado su cometido. Lo sabemos porque hemos encontrado algún fragmento de cuija por ahí, pero en general los pequeños reptiles son más listos que ella.

Últimamente han hecho de la zona del calentador su principal morada. Y casi como un ritual, cada noche la Khandro se sienta junta a la puerta del patio y emite los sonidos más raros que la he escuchado producir, algo entre un chasquido y un tosidito, que sería genial poder grabar e incorporar a una composición musical, como la del NumNum Cat (¿verdad, Santiago?), que dejo al final de este escrito (por puro gusto), después de una cuija en su tubo favorito:


cuija en mi patio de servicio

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