Por supuesto que un "bostezo" no es más que la acción de bostezar. Pero la definición del verbo bien merece ser transcrita. (No deja de sorprenderme el universo del lenguaje hablando del lenguaje.) Así que comienzo con la propuesta de la RAE:
1. intr. Hacer involuntariamente, abriendo mucho la boca, inspiración lenta y profunda y luego espiración, también prolongada y a veces ruidosa, generalmente por sueño o tedio.
Nada que agregar.
A mí, de bastante joven, cuando empecé a dar clases de inglés en el CELE de la UNAM y me tocaba arrancar a las 7 de la mañana, a veces aún a oscuras, me daba muchísima inseguridad que alguno de mis alumnos bostezara. Lo tomaba como una señal inequívoca de mi mal desempeño docente. Recuerdo aún a uno, más o menos de mi edad, güerito, estudiante de física, que me regaló esa visión interna de su boca a una hora donde yo hubiera querido hacer lo mismo. Con el paso del tiempo, pude empezar a soltar. Igual, empecé a pensar, bosteza porque también se levantó al alba o antes y le faltaron horas de sueño, como a mí. NO (necesariamente) porque mi clase sea aburrida.
También aprendí por ahí que bostezar es la manera en que nuestro cerebro se oxigena, cuando su provisión del elemento vital se ha quedado corta. Y que los bostezos son contagiosos: aún si no tienes ganas o necesidad de abrir la boca grande para hacer una inhalación profunda y una exhalación profunda, y quizá ruidosa, si alguien cerca tuyo lo hace, es muy probable que tú, y los demás que estén alrededor, lo hagan también.
Escribiendo esto me viene a la mente una ocasión en que estaba yo en clase de Historia de la cultura en el primer semestre de la Licenciatura en lengua y literatura hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras, también de la UNAM, hace un titipuchal de años. La maestra era ni más ni menos doña Eugenia Revueltas. No recuerdo si la clase era aburrida o si yo estaba muy cansada, o una combinación de ambas cosas, pero el caso es que me entraron unas ganas espeluznantes de bostezar. Para evitar la vergüenza (y posible reacción adversa de la maestra), hice un esfuerzo por hacerlo sin abrir la boca, aunque las contorsiones de mi rostro seguramente me echaron de cabeza, además de que se me soltaron las lágrimas por el esfuerzo. La clase, por supuesto se me hizo eterna. Doña Eugenia no dijo nada y el incidente no pasó a mayores.
Y para cerrar, por lo menos de momento, el tema de los bostezos, una imagen de mi Khandro, tomada ayer en el sofá de mi sala, mostrando, en un bostezo gatuno, el universo inimaginable más allá de su boca:
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