domingo, 8 de septiembre de 2024

Amistad 26 o

mi comadre y yo 2

—Gracias por hacerme crecer.
—Gracias a ti.

Con este diálogo, más menos, nos despedimos mi comadre y yo hace una semana, después de nuestra más reciente visita a Chimal. Ella lo inició. Yo le respondí. Luego nos besamos unas 3 veces.

Hace 11 años y casi medio, aquí, escribí un primer texto sobre la relación entre mi comadre María Eugenia y yo. Entonces hablé de cómo nos conocimos, de cómo fuimos entablando una amistad más profunda, de mucho de lo que está incluido en ella, y de lo que significa ser "comadres" según la RAE y más allá de la RAE. Es un recuento que se centra en lo más luminoso que compartimos. 

Pero las relaciones (las más cercanas por lo menos) tienen también un lado oscuro que, lejos de empañarlas, las hace más auténticas, más de carne y hueso, digamos. Y por ahí hemos navegado mi comadre y yo también, con menos conciencia que más o, quizá, con más miedo de ver lo que cuesta más trabajo ver y aceptar y querer: lo que duele, pues.

A ambas, creo, se nos había venido llenando el buche de piedritas, como suele suceder en las relaciones íntimas, y como suele suceder, optamos por hacer caso omiso de las piedritas, privilegiando lo bonito, lo agradable, lo no conflictivo. Pero las piedritas son las piedritas y si no se sacan y se comparten y se limpian, acaban por hacer más daño. Se conviertan en piedrotas.

Lo que nos dijimos, lo que lloramos (para mí, fácil, para María Eugenia, menos), lo que acordamos, con el apoyo de Santiago y de Yare, se queda en Chimal, entre las paredes o en los rincones de la casa de Tlaníhuitl. O se desvanecerá con una corriente de aire o un aguacero. 

Pero quedan el cariño renovado y fortalecido. La valentía de atrevernos a tolerar el trago amargo sin salir corriendo. La fortuna de la amistad reencontrada. Y el alivio de la reconciliación, de la vuelta a la luminosidad.

Y yo resignifico una vez más el agridulce vocablo "familia", que en mi historia suele irse por el lado oscuro. Pero al lado de María Eugenia, junto a Santiago y a Yare, adquiere un sentido fresco: de amor, sí, pero también de elección, de respeto, de tolerancia, de aceptación y de disposición a transitar por lo que duele y por lo que nos gusta menos, de nosotros mismos y de los demás, para volver a encontrar la conexión. Un espacio donde el corazón se rompe y, así, se hace más grande.

No se me ocurre mejor manera de cerrar esta entrada que con esta imagen de un maravilloso zarcillo de la planta del chayote que ya empieza a crecer y expandirse en el jardín de mi comadre:


















Con estos zarcillos, la chayotera se va conectando con las plantas a su alrededor: fragilidad y fuerza en el mismo resorte vegetal, como los lazos que nos unen con quienes encontramos el espacio para expresar un amor, si no incondicional, casi incondicional: un amor que aspira a serlo.

Gracias, comadre, por permitir ese espacio.

2 comentarios:

  1. Mi amigo Miguel Bernard comentó en feisbuc: "Eso de la amistad y el comadrazgo es complicado pero vale la pena preservarlo. Es perto seguro en momentos de tempestades". Y yo le contesté: "Así justamente es, Miguel. Y puerto seguro cuando la tempestad ha amainado. Qué ilusión que me leas... Un abrazo grande".

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  2. Apenas leo esta entrada y concuerdo, tejer una relación verdadera, íntima va de todos los aspectos que necesitan ser tocados para hacerla viva y auténtica! No es tarea fácil pero cuántos regalos nos da🌻 un abrazo. Susy

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