Casi todos los días intento hacer mi cama porque verla destendida me desalienta. Desde la pandemia, cuando vivía en Madrid, opté por hacer la cama pero no completamente, para dejar constancia de que la vida y el mundo habían cambiado. ¿En qué consiste esto? Pues jalo la sábana de arriba, las cobijas (si es tiempo de cobijas) y la colcha hacia los pies de la cama. Estiro la sábana de abajo y la meto bien bajo el colchón (si hace falta) y luego jalo la sábana de arriba y la acomodo, jalo las cobijas (si es tiempo de cobijas) y las acomodo y, finalmente, jalo la colcha. Pero en vez de cubrir las almohadas con ella, la doblo a la altura del embozo de la sábana de arriba y dejo las almohadas por fuera, paradas (no acostadas) y recargadas contra la pared (en casa de Ana donde esto empezó, quedaban contra la cabecera) y a la vista. Sobre las almohadas recargo a Peludín, mi oso de peluche del UNICEF, y a sus lados coloco a Igor y a Trapos (ambos en versión mini). En el extremo izquierdo (del lado de la ventana) pongo mis pelotitas de terapia sacrocraneal (en su calcetín de spider man) sobre una funda pequeña color verde pistache que me pongo sobre los ojos cuando duermo siesta. Y la Fiera de trapo (proveniente de la librería donde trabajaba Runs) ocupa su sitio hasta arriba de una de las almohadas, a veces panza arriba, a veces panza abajo, viendo hacia afuera del cuarto y con su cola lila más o menos extendida.
Todo esto se puede ver en esta foto que tomó hace unos minutos:
El bulto bajo la colcha, es mi gata Khandro escondiéndose de una visita, segura, supongo, de nadie sabe que está ahí.
Y para los curiosos (y para mi propia referencia), en este enlace se puede leer cómo nació este ritual cotidiano, por allá de finales de marzo del 2020. Peludín, Igor y Trapos estaban, también, al pie del cañón. La Khandro, a miles de kilómetros de distancia.
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