por Javier Roselló Iglesias
(Carta fechada el 13 de marzo de 1984,
escrita sobre papel de correo aéreo)
No sé
cuándo tú leerás esto, porque de momento esperaré a recibir tu carta antes de
enviarte esta. No escribo con la intención de hacerte llorar, aunque sé que
también llorarás, sino de animarte a exactamente no sé qué. Y si me permites
decirlo, si es que es lógico pedirlo (o decirlo…), también con la secreta
ilusión -que de hecho dejará de ser secreta en un instante, pero además ya lo
sabes de sobra- de que algún día me puedas volver a encontrar. Sé que ahora
estas palabras te sonarán extrañas y disparatadas, pero pensar así me anima. Y
suena raro ahora a 8.000 kilómetros de distancia cuando estando juntos sucedió
lo que sucedió.
(18 de marzo de 1984)
Esta
tarde al venir para casa, lloviendo, pensaba en que tú y yo nunca habíamos caminado
juntos un día lluvioso. Algo tan simple me ha hecho pensar mucho. Por un lado
simplemente porque me hubiera gustado mucho conversar contigo un día así y por
otro lado porque ese detalle denota el poco tiempo que hemos estado juntos tú y
yo.
(21 de marzo de 1984)
Me
agarro a tus cartas que no llegan como a lo único que me podrá ayudar. Para ser
sincero me pregunto si no sería mejor poder olvidarme de ti. Sueño contigo, con
los ratos que pudimos pasar junto y no pasamos, con las cosas que podríamos haber
vivido y no vivimos. Con lo que no sucedió, “los
pecados que no cometí porque no pude” que dice Silvio.
(17 de febrero de 1985)
Sigo
añadiendo cosas a la carta inacabada que inicié hace casi un año… Son ya casi
siete meses sin carta tuya. Tengo miles de cosas que decirte y no puedo
hacerlo. Solo escribirlas aquí.
(25 de julio de 2013)
Ayer
al arrancar el ordenador me llevé una enorme sorpresa. Tu invitación a hacernos
amigos de Facebook. Primero fue una sensación muy sorprendente ver tu nombre en
la pantalla del Outlook. Después alegría, siempre con aquel toque agridulce que
nos quedó, de saber que pese a todo y pese al tiempo transcurrido te has
acordado de mí. Imagino que trapicheando por el Facebook hallaste mi nombre.
Estoy con nombre y dos apellidos, así que resulta fácil localizarme. He de
decirte que yo también he estado, agazapado y de incógnito, viendo tu página de
Facebook y tu blog. Quizás ya llevábamos algún tiempo viéndonos mutuamente… Por
cierto, aunque tú no llegues nunca a saberlo, todo esto está escrito, casi sin
solución de continuidad, con mi última carta de hace 30 años, una de la que no supiste
nada porque jamás te la envié. Pensé que no tenía sentido.
(16 de octubre de 2013)
Hoy en tu blog
dices “Anoche soñé contigo (…) Me
sorprendió recordar tu olor, en sueños, después de más de diez mil días”.
Calculadora en mano, ese puedo ser yo.
(7 de noviembre de 2013)
Me dio
mucha alegría recibir tu correo electrónico con asunto “Y si…”, preguntándome qué me parecería reiniciar de algún modo nuestra
correspondencia epistolar. ¡Treinta años después! Llevamos más de un año en
contacto a través del Facebook, pero sin un mensaje privado ni unas palabras
intercambiadas en un chat. Nuestra comunicación se ha limitado a los corteses “me gusta” o algún comentario público
aislado. Diríase que a veces nos tanteamos. Estoy seguro de que crees que yo
sigo enamorado de ti. Creo que no te equivocas.
(7 de enero de 2014)
Tras
unas semanas de intercambiarnos algunos correos, de insistir en que entre
nosotros hay solo amistad, hoy por vez primera hemos chateado. Me ha parecido como
si toda la vida hubiéramos estado haciéndolo. Imagino que dentro llevamos algo
que ahora está saliendo a flote. También sé que da miedo. Me azotan las mismas ráfagas
de vértigo que a ti y siento que algo me estruja el estómago mientras la
garganta se reseca y los ojos se humedecen al ritmo acelerado del corazón.
(19 de enero de 2014)
Sabemos
que las circunstancias (y la edad) frenan las pasiones, pero creo no engañarme
si digo que volvemos a estar enamorados como el primer día, hace treinta años. Quizás
no hemos dejado de estarlo nunca. Es una sensación complicada, bonita e
ilusionante, aunque hay tantos obstáculos (los pincherretudos 8.000 kilómetros,
mi situación actual, mi edad) que no sé si podremos culminarlo. Pero sueño con
el prometido abrazo de dos días (y yo añado… y dos noches, dos largas noches) y
con ese beso que nos hemos dado con muchos puntos suspensivos… Después en tu blog
te hacías la pregunta que de cómo es un beso con puntos suspensivos y tú misma
respondías “dulce y prolongado”. ¿No
te parece vivir algo irreal y casi imposible? Sé que físicamente hemos cambiado
mucho. Sé que no eres la jovencita a la que yo casi casi doblaba en edad, pero
yo no me enamoré solo de aquel cuerpo casi adolescente de quien quise “albergar en la palma de la mano ese doble
universo de nácar y rosas”, que dijo Marsé. Yo me enamoré de ti entera. ¿Sabes?
Cuando tras mi viaje y montones de cartas que cruzaron el Atlántico en ambas
direcciones dimos aquello por acabado… nunca, jamás, me arrepentí de haber dicho
“te amo”. Una y otra vez.
(21 de enero de 2014)
No puedo dejar de leer tu mensaje del chat de esta última
madrugada (mi madrugada, tu anochecer), “me
llevo la música de fondo y tu olor y tus caricias y nuestros besos conmigo a mi
cama y a mis sueños, desde mi hoy todavía hasta tu mañana ya, amor mío...”
(7 de febrero de 2014)
(7 de febrero de 2014)
Y
eso mismo digo hoy, te amo. Tras 10.950 días y 8.000 kilómetros… como en una
canción de Sabina. Te amo. Sé que esta carta, por fin, va a llegar a tus manos,
quizás en segundos. Una carta de amor iniciada en 1984 y concluida en 2014.
¿Increíble, no?
¡Qué lindo!!! ¡Felicidaddes a los dos!!!
ResponderBorrar¡¡Gracias en nombre de los dos!!, quienquiera que seas, que también me gustaría saberlo... ;)
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