martes, 21 de abril de 2015

pompas de jabón


Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...


Así hablaba Antonio Machado de "los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles" y así me los encontré hace un par de días en el centro de Cuernavaca, mi ciudad:


Caminé por lugares llenos de recuerdos —de los viejos de hace 20 años y más, de los nuevos, de hace apenas unos cuantos meses—, llenos de las manos que tomaron las mías en paseos de ayer y anteayer, de mis manos buscando las de mi hijo niño que disfrutaba corriendo por ahí, en pos de pelotas o palomas. Iba yo rumbo al Palacio de Cortés y decidí desviarme y subir por esta escalera que desemboca justo al lado de la Plaza de Armas. En domingo suele estar llena de paseantes y vendedores, de chiquillos jugando o parejas paseando y sí, en esta ocasión también de cientos de diminutas burbujas que la vendedora de frasquitos con agua jabonosa soplaba a través del dispositivo adecuado, promocionando así su producto. Daban ganas de alcanzarlas con las manos, aun sabiendo que estallarían, como los sueños. Se me antojaban también como pequeñas presencias, ausentes y transparentes, efímeras, ingrávidas y sutiles, instantáneas, como todos los sucesos de la vida, a pesar de nuestros intentos por fijarlos o cautivarlos. Minúsculos copos de nieve, basuritas luminosas, ilusiones vueltas a nacer, pompas de jabón que acababan por reventar, algunas, frente a la oficina de correos, cerrada al público en domingo, por supuesto.

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