martes, 23 de junio de 2015

-a-t-e-r-r-i-z-a-r-


De tan pedestre que es la definición de la RAE pare este verbo, roza lo poético:

1. intr. Dicho de un avión o de un artefacto volador cualquiera: Posarse tras una maniobra de descenso, sobre tierra firme o sobre cualquier pista o superficie que sirva a tal fin.

Pero, eso sí, no habla del proceso de volver a instalarse uno en su vida cotidiana después de, por ejemplo, un viaje. La maniobra de descenso suele ser tan rápida que a duras penas encontramos el tren de aterrizaje. A mí, por lo menos, me ha sorprendido la sensación de despertar en mi propia cama, cuando no sé a ciencia cierta dónde es que me está amaneciendo, y eso que ya llevo una semana de vuelta en casa.

Durante 10 días, desperté en casa de una familia tibetana que amablemente me acogió durante mi estancia en Seattle. Después de bañarme y vestirme, subía a la cocina para desayunar un delicioso té tibetano de leche (me hice adicta, sí) y esperar a que alguien me diera aventón al centro de meditación (o la mamá de la familia o el hijo mayor, exactamente de la edad del mío). Luego, pasaba unas 12 horas en el centro, más o menos, incluyendo enseñanzas, traducción, meditación, comida, más enseñanzas, más traducción, más comida, y más enseñanzas y más traducción. Y finalmente, un aventón de vuelta a casa, un tarro de té tibetano para antes de dormir, y a la cama. Y al día siguiente, vuelta a lo mismo. Como un día de la marmota, luminoso e intenso. Algunos de mis compañeros de retiro decían que sentían que habían pasado en el centro más de dos meses. "¿Dos meses?", contesté yo, "¡una vida entera!".

Y, claro, después de toda una vida, supongo que no es tan fácil regresar a la vida anterior. Además, no se regresa del todo, pues uno realmente no vuelve del viaje, no del mismo modo que antes. Quizá lo más sorprendente, y díficil a ratos, sea la atracción que los viejos patrones que se quedaron en nuestro espacio habitual vuelven a ejercer sobre nosotros. Y no en abstracto, por supuesto. Es decir, la tentación que me da volver a caer en lo mismo que me tenía atrapada antes de partir: la nostalgia, aunque siempre es una oportunidad fresca para constatar, una vez más, que de verdad ya no estás en mi vida. (Quizá nunca estuviste...) Y aspirar a seguirme desprendiendo de lo que me resulta inútil, sabiendo que quizá la tierra nunca vuelva a ser firme y eso está bien.

Y para colmo, o nomás porque sí, hoy es el día de la Noche de Sant Joan (una más que se me escapa en la ciudad condal...)

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