Don Florencio fue nuestro guía cuando, la semana pasada, visitamos la capilla abierta de Tlalmanalco. Todo un personaje. Salió de su casetita con sigilo y nos abordó cuando estábamos a escasos metros del monumento. Lo primero, cobrarnos, pero lo más importante explicarnos los secretos labrados en la piedra de la capilla, una de las 74 que existen en el país. Nos dijo que usaría su herramienta especial para ir desentrañando la simbología religiosa del espacio: su "rayo láser", o sea, un pequeño espejo circular con el que reflejaba los rayos del sol sobre cada detalle de la estructura. En resumen: la eterna lucha entre el bien y el mal, la siempre presente dualidad entre pecado y virtud, presidido todo por dios nuestro señor. Entre otras curiosidades, el porqué de los cinco arcos que fungen como entrada lugar: las cinco llagas de cristo.
Don Florencio nos contó, además, que ha sido autodidacta. Consiguió este trabajo estudiando por su cuenta, cuando dejó su empleo como empleado en una fábrica. La capilla y su historia son su primera pasión; la segunda, la fiesta brava (de haber podido, hubría sido torero). Incluso nos recitó un poema alusivo a su segunda pasión, de un poeta español (cuyo nombre no retuve) que también visitó Tlalmanalco. Y nos retó a calcular su edad. Fallamos por casi 20 años. Parece que está apenas cursando los setenta, cuando está a punto de cumplir noventa. Cuando nos íbamos, le pregunté si le podía hacer un retrato. Accedió.
Aquí un detalle de la bellísima construcción que custodia don Florencio:
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