Siempre con cariño y ternura pienso en doña T (doña Teresa, como siempre le dijimos Santiago y yo; Teresita, como le decían muchos), mamá de mi querida comadre María Eugenia. Un día como hoy murió y cada año me acuerdo de ella en especial en esta fecha.
Recuerdo su presencia confiable y discreta, siempre dispuesta a escuchar o a contar alguna historia. A compartir alguna película, de preferencia en español y sin subtítulos (aunque el día que le puse una de Almodóvar, creo que los necesitó, pero apenas dijo nada sobre lo raro de la cinta) y a dejarnos jugar a las cartas durante horas, aunque ella no se integrara al juego.
También recuerdo cómo nos hacíamos cómplices cuando nuestros hijos respectivos nos llevaban la contra o hacían alguna otra monada. Cuando Santiago y yo visitamos ahora a la comadre, siempre sale a colación doña T. Y cuando le pregunté a María Eugenia hace unos meses que si la extrañaba, me dijo que no puesto que platicaba con ella todos los días. Así sigue presente doña T en su casa en Chimal todos los días.
Aquí le dejo, pues, una flor tomada esta mañana del balcón de doña Pina:
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