Añoranza
Me levanto del
asiento del camión y me aproximo a la puerta de salida. El sonido del timbre y
apertura de puertas subsecuentes me reciben con una oleada de calor húmedo.
Cuernavaca y su inconfundible temperatura. Claro, tampoco podía faltar el “¡Ese
güero!” de los vendedores ambulantes en la esquina de Ávila Camacho. Después de
esta jocosa bienvenida, me dispongo a avanzar por la pronunciada pendiente que
eventualmente me llevará a mi calle.
Después
de unos minutos de penoso ascenso, comienzo a divisar los diversos
establecimientos que pueblan la avenida. Los abarrotes, el changarro de
micheladas, los restaurantes... Observo caras conocidas franqueando los umbrales
de aquellos locales que tantas veces he visto, sin llegar a entrar. La mayoría
de estas caras no me saludan, pero noto señales de reconocimiento casi
imperceptibles en sus facciones cuando posan sus ojos sobre los míos.
Cruzo
una calle, e inmediatamente me atrapa el embriagador aroma de tacos al pastor.
Los gritos de los meseros, el calor del fuego y el sonido de la carne marinada
cocinándose a fuego lento en el trompo me hacen agua la boca. Son incontables
las veces que mi paladar se ha deleitado con un alambre y un agua de horchata
en esta, mi taquería favorita. Enseguida me encuentro frente a frente con el
mecánico de la esquina, el cual siempre me sorprende por su inconfundible
parecido a Elijah Wood. De nuevo, sin saludarnos pero reconociéndonos el uno al
otro.
Finalmente
doblo la esquina en San Jerónimo, la calle en donde he vivido durante los
últimos 12 años. Siento mis pies golpeando el pavimento a cada paso, el sol provinciano
acariciando mi piel, escucho los trinos de los pájaros que anuncian el
atardecer. Los recuerdos se agolpan en mi mente, recordándome momentos en que
todo era más fácil, en que no tenía que pensar constantemente en el mañana;
solo me tenía que preocupar por llegar a mi hogar sano y salvo. Ahora nada más vengo
de visita, los recuerdos se combinan con angustia, con incertidumbre y
melancolía. Pero mi corazón da un vuelco y mi respiración se tranquiliza cuando
el portón de mi fraccionamiento se abre, extendiéndome los brazos como
diciendo: Bienvenido a casa.
Que bello!! Me regresaste a mi pasado y me dejaste algo importante: Solo se que quiero volver! Gracias!
ResponderBorrarGracias a ti, Shula, por pasarte por aquí, comentar y dejarte conmover por las palabras de mi hijo...
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