Para Fuen, claro, otra vez |
Entre Cuernavaca y la Ciudad de México hay poco más de setenta kilómetros. Una hora de carretera en coche. O en autobús. No más. A menos que se trate de una carta de las de antes. O sea, un sobre cerrado, con un pedazo de papel, escrito a mano, dentro. Y quizá alguna otra cosa más. También de papel. Como un dibujo. De un mandala. Por ejemplo.
Entonces sucede que alguien (una amiga) la deposita en la oficina de correos. Allí en el centro de Cuernavaca. Junto al Palacio de Gobierno. Paga el importe de la carta, sin timbre, "porque de momento no tenemos". Y pregunta cuánto tardará en llegar. Tres días. Le aseguran. Perfecto. Piensa. Faltan 15 día para el cumpleaños de la amiga a quien la carta va dirigida. Seguro le llega antes.
La amiga de acá, en principio, no quiere avisarle a la amiga de allá que esté pendiente. Preferiría sorprenderla. Pero teme que el correo no sea confiable y entonces la previene.
"En cuanto llegue, te aviso", promete la amiga de allá.
Y llega el cumpleaños. Y la carta, no. Y pasa el cumpleaños. Y la carta no llega. Y la amiga de acá, la de Cuernavaca, está triste y enojada. Piensa incluso en ir a correos a reclamar. Piensa que la carta no llegará nunca.
Pero la amiga de allá, la de México, le dice que sí. Que llegará. Que ya lo verá.
Y así se cumple un mes de aquel cumpleaños. Y la amiga que envió la carta se olvida (casi) de ella. Y empieza a pensar cómo le hará llegar otro regalo a la amiga que debía haber recibido la carta hace muchos días.
Y un buen día, más de un mes después haber sido enviada, la carta llega.
¡Llegóooo!
Dice la amiga de México.
¡Llegó!
Dice la de Cuernavaca.
Muy contentas las dos. Para la primera, llegó en un día especial, cuando más la necesitaba. Para la segunda, que la había dado por perdida, fue como recibir, también, un regalo.
Viajó 40 días de Cuernavaca al Pedregal.
Casi una vuelta al mundo.
¡Eso, cruzó el Atlántico!
Será un viaje premonitorio.
Y a las dos amigas les encanta ser amigas.