lunes, 19 de febrero de 2018

"Todo el dinero del mundo"


Cuando secuestraron a Paul Getty yo tenía 10 años. A mi casa llegaba todos los días el Excélsior, de carne y hueso. Yo no lo leía, salvo los monitos los domingos, pero mis papás, sí y yo los escuchaba comentar lo que pasaba en el mundo. Y ahora, 45 años después, se me despiertan recuerdos de aquellas épocas, cuando las noticias de entonces se han convertido ya en libros o en películas. (Que si pasa el tiempo.)

Hace unos meses, nos tocó a Santiago y a mí ver el avance de la más reciente película de Ridley Scott sobre los infortunios del nieto del magnate del petróleo. Y entonces le empecé a contar a mi hijo de lo que me acordaba, sobre todo de la sensación de angustia alrededor de lo ocurrido, la oreja cortada, la aparente indiferencia del abuelo, los meses de encierro y le dije, también, que lo que no recordaba era el desenlace de la historia. Ambos coincidimos en que la película pintaba muy bien.

Si yo decidiera los premios de la academia, le daría a la obra de Scott todos los óscares o muchos, incluyendo el de mejor película (y mejor director, claro). Para mí, esta cinta es la más sobresaliente de la temporada, por su manejo narrativo y temporal impecable, entre otras muchas cosas. Me pasé las más de dos horas completamente enganchada por la historia, pero también por todo lo que subyace a los acontecimientos, esa trama de significación que Scott muestra con brillantez.

En términos budistas, me parece que la la película despliega con claridad lo que las enseñanzas llaman los tres venenos (apego, agresión e ignorancia) y su relación directa (desde nuestra mente) con todos los niveles del sufrimiento. Por un lado, está el nivel más obvio del dolor (físico y emocional) que sufre el muchacho, así como la angustia de su madre, aparejada a una ecuanimidad sorprendente (y otra excelente actuación de Michelle Williams). Por otro lado, vemos a un Paul Getty Sr. (representado con maestría por Christopher Plummer, quien recibió la única nominación de la peli, como actor de reparto) que declara que para sentirse seguro necesitaría más dinero, mismo que ni siquiera puede gastarse (solo "invertir") debido a los tejemanejes que ha hecho para evadir impuestos. También lo vemos tan necesitado de amor y tan incapaz de darlo o recibirlo. Aparece cruel y despiadado, negándose a pagar lo necesario para liberar al nieto (supuestamente tan querido) y, a la vez, Scott es capaz de hacernos sentir compasión por su profunda pobreza interna, como cuando muere abrazado a un cuadro de la madona con el niño.

Junto a una acción trepidante, que me tuvo al borde del asiento y de las lágrimas toda la cinta, el manejo de las metáforas y los símbolos le da a la obra una gran profundidad. Ahí está la estatuilla del minotauro (ese monstruo por antonomasia, rechazado, temido y condenado a la soledad, como quizás sea la situación a que el dinero condenó a los Getty) que le regala el abuelo al nieto, diciéndole que es una reliquia valiosísima que adquirió por una bicoca. Cuando a la madre se le ocurre intentar venderla para reunir el dinero del rescate, la pieza resulta ser no más que una bicoca.

Para redondear la historia del chico secuestrado, me metí a internet y supe que nunca se repuso de la experiencia (no me sorprende) y tras un cruce de Valium, metadona y alcohol,18 años después del secuestro, quedó tetrapléjico, parcialmente ciego y sin posibilidad de hablar (situación que en la película se atribuye a su padre). Paul Getty moriría 30 años después, habiendo recuperado cierto grado de autonomía (menos mal).

Pues eso, que la vida de este desafortunado personaje (guapísimo por lo que se ve en las fotos) me conmovió muchísimo. Supongo que se debe a los recuerdos que de niña se forjaron a propósito de la noticia, al hecho de que tendría la misma edad que mi exmarido si vivieran (eran del 1956, o sea, coetáneos míos), y a la fuerza del filme de Ridley Scott, que muestra cómo ni todo el dinero del mundo mitiga el sufrimiento, sino que incluso lo incrementa.

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