De las 29 acepciones del verbo «caer» que ofrece la Real Academia, y las 16 frases en que lo consigna, cuatro me quedan como anillo al dedo:
1. intr. Dicho de un cuerpo: Moverse de arriba abajo por la acción de su propio peso. U. t. c. prnl.
3. intr. Dicho de un cuerpo: Perder el equilibrio hasta dar en tierra o cosa firme que lo detenga. U. t. c. prnl
6. intr. Venir al suelo dando en él con una parte del cuerpo. Caer DE espaldas, DE cabeza.
caerse redondo
1. loc. verb. Venir al suelo por algún desmayo u otro accidente.
Sí, yo soy de las personas que se caen. Me he caído varias, quizá muchas, veces en mi vida. Una vez al año, más o menos. Algunas caídas (claro, 1. f. Acción y efecto de caer o caerse), más memorables que otras. La más reciente, hace dos días.
Caminaba para encontrarme con mi prima Adelaida, con quien tenía cita para comer. Iba, quizá, un poco rápido, cuando, de repente, recién pasada la pizzería de la esquina de mi casa, me sentí volar (como en cámara lenta), preguntándome en fracciones de segundos si alcanzaría a recuperar el equilibrio y, si no, cómo caería. Y caí redondita, de rodilla y de mano. Caí y me levanté tan rápido como pude (como en cámara rápida). Y esta vez permití la ayuda de dos mujeres, de edad diferente (es lo único que recuerdo) y cara de preocupación que me ofrecieron su mano, al tiempo que un hombre mayor, muy delgado y canoso, me preguntaba, si no me había lastimado y se refería a mí como «doñita». No soy «doñita» le quería ecir y no, no me lastimé. Claro que me había lastimado, pero no quería más atención y, por lo menos, podía caminar. Con ardor y con dolor, pero nada parecía estar roto.
Cuando descubrí que Adelaida no había llegado a la cita, me lancé a la farmacia homeopática que hay en la misma plaza, le dije a la mujer que la atiende que me había caído y que si podía darme una dosis de árnica, mientras llegaba a mi casa. «Tintura», dijo, «es lo que conviene» y me cobró $60 pesos por 10 ml de agua con la famosa tintura. «Y hielo, mucho hielo, todo el tiempo.» De regreso a la mesa que ya estaba apartada, con minivasito de plástico en mano, me encontré con mi prima, le conté lo sucedido y me ayudó a instalarme con la pata arriba para poderme poner el hielo que, amablemente, me trajo el mesero.
Y así se pasó una muy agradable comida y plática. Adelaida se fue porque estaba dando un curso y yo me quedé un rato más, leyendo y preguntándome si sería capaz de volver caminando a mi casa. Y lo fui. Con bastante dolor, que empeoró al avanzar la tarde y la noche. La rodilla estaba bastante raspada y algo inflamada. La mano también inflamada y bastante morada. Y mi ánimo, sacudido.
La sensación más fuerte era la de una enorme fragilidad, junto al asombro de estar viva y sin resquebrajaduras. Es un milagro la vida, sin duda, y tan fácil perderla en cualquier momento.
De forma similar me caí hace casi un año de camino al primer día de clase de un curso que di en la UNAM. Entonces nadie me vio ni me ayudó y la adrenalina me hizo dar una clase brillante. También me caí de manera muy parecida, hace varios años, caminando hacia un cafetería junto a una amiga que, estupefacta, me vio volar.
Y de niña, me caía en todas las fiestas infantiles. Tengo incluso una pequeñísima cicatriz en el labio inferior de una ocasión en que me lo abrí cuando fui incapaz de saltar una brecha por la cual habían pasado antes y con éxito todos mis amigos. Y me caí de adolescente cuando se me torció un tobillo en clase de deportes y aterricé con la cara, la nariz más precisamente, por llevar las manos metidas en los bolsillos de la chamarra. (Esa vez sí me fisuré la nariz y tuvieron que reducirme la fisura en quirófano y todo.) Y me caí yendo de su mano, pero más bien fue él quien se cayó y me arrastró.
El segundo día tras la caída, ayer, fue el peor. Todo me dolía. El brazo entero. La espalda. Y la sensación de vulnerabilidad era intensa, pero mucho menos atemorizante que en otras ocasiones. «Descanse, comadrita, y mejor no salga», me recomendó mi comadre. Y le hice caso y fui mejorando, aunque me pasé el día agotada. Será por la adrenalina y todo eso.
Y seguramente me volveré a caer. Ojalá con la misma suerte que en la mayoría de las veces. Quizá pueda prestar más atención cuando camino, sí, y seguir aceptando que las caídas, de estas y de las otras, no son más que parte de la vida.
Y efectivamente es chistoso como caerse se siente como volar durante un ratito, como cantan Jeff Bridges y Colin Farrel aquí, tomado de la película Crazy Heart (una favorita):
Amiga que bueno que estas bien. Y sí, el ego es lo que más duele y luego la vulnerabilidad en la que uno queda. Sin embargo, resulta en una oportunidad de recibir ayuda y apapacharse. Abrazos
ResponderBorrarGracias, amiga, por pasarte, comentar y abrazar. Abrazos de vuelta para ti. Tenemos pendiente algo, café, comida, desayuno, qué sé yo...
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