Cuando fui al súper la semana pasada, me pasé por la sección de Frutas y Verduras. Casi nunca compro peras (no sé por qué, nunca lo había pensado), pero ese día se me antojaron y me acerqué al estante donde estaban. Entonces, me percaté de que algo se movía (caminaba pues) sobre las peras amarillas.
¡Era una huachichila! (O avispa roja, temida por el dolor que puede causar su picadura.)
Caminaba muy lentamente, como atontada, seguramente por el frío con que el establecimiento intenta mantener los productos de la sección más tiempo en buen estado. Entonces, sin pensarlo dos veces, tomé la pera donde estaba la avispa y me dirigí hacia la salida, considerando que me podrían acusar de robarme la mercancía, pero sin detenerme. (Nadie pareció prestar la más mínima atención.)
Me acerqué a un trozo de pasto y acerqué la pera para alentar a su pasajera a cambiar de escenario. Le tomó unos segundos desentumirse. Finalmente alzó el vuelo y se fue. Yo volví al súper, pera en mano, sin que nadie me dijera nada. Coloqué la pera en la bolsa donde ya tenía otras frutas hermanas aguardándome y seguí con mi compra.
Así, de improviso, naturalmente, surge la compasión.
A veces.
Si la dejamos.
Si nos dejamos.
Más allá de nosotros.
Más allá de nosotros.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario