Yo he estado en Barcelona seis veces a lo largo de 38 años (entre mis 17 y mis 55).
La primera vez venía de Madrid, una de las ciudades favoritas de mi padre. Pero yo me enamoré de la capital catalana. Y dejé mi primer trozo de corazón allá. (De esta visita, destacan especialmente el Parque Güell [cuando se podía visitar sin pagar], el Tibidabo, la Sagrada Familia [cuando solo tenía una fachada], las Ramblas [las de mi primera vez, como todo lo demás] y una botellita de vidrio con arena de colores haciendo un paisaje, que acabó finalmente con arena del Cantábrico color arena.)
Volví tres años después, a mis 20, en dos momentos: primero acompañada por una amiga y después, sola, cuando ella ya se había regresado a México. Entonces reiteré mi amor por la ciudad condal. Y dejé otro trozo de corazón allá. (La Estación de Francia [desde donde zarpaba el tren nocturno a Madrid], las golondrinas en el puerto [viejo], el Cine Casablanca [hoy desaparecido] son algunos de los sitios que han permanecido en mi memoria.)
Regresé 12 años más tarde, a mis 32. Casada. Feliz. A una exposición de pintura de mi entonces marido. Mi corazón parecía haberse completado de otro modo y Barcelona fue entonces más un telón de fondo. Hermosa. Querida. Pero más lejana. (De esta visita, destacan en mi memoria el Parque de la Ciudadela, la Plaza Real y el camino a Montjuich.)
Transcurrirían casi 20 años más, cuando regresé, a mis 51. Unos cuantos días nada más. Feliz. Otra vez. A recuperar los trozos perdidos de corazón. Creí. (De esta ocasión, destacan la Estación de Sants [desde donde zarpa el AVE a Madrid], la Plaza Real [otra vez] y el Barrio de Gràcia.)
Y cuatro años y medio más tarde, volví. Otra vez. A Barcelona. En AVE, desde Atocha y llegué a Sants. Hace tan solo unos cuanto días. A mis 55. (Y pude ver que mi corazón está completo como está...)
Y me encontré con otra Barcelona. Invernal. (Antes había estado en primavera o en verano.) Pero además del invierno, de los colores oscuros (chaquetas negras, o grises, o marrones, pero mayormente negras) y de la noche que llega tan pronto, sentí a Barcelona triste. O sentí tristeza en Barcelona. En la gente. En las calles. En el aire. "La ciudad está de bajón", me confirmó alguien.
Y esa tristeza me tocó el corazón.
Pero tampoco fue lo único.
Hubo más.
Mucho más.
Que irá saliendo de a poco.
Como esta imagen de la Catedral del Mar.
Asomándose al final de una callejuela de la Ciutat Vella.
Se hace camino al andar, con todo lo que se suma. Abrazos
ResponderBorrarAl andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar... (Así la vida, amiga.)
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