o la telaraña de camino a la Moixina
Cuando estuve en el grupo de fotografía aprendí algunos términos y algunos técnicas.
Entre ellos, recuerdo el "enfoque selectivo", que aquí definen como un juego con la profundidad de campo y el enfoque, ajustándolos de tal modo que destaquen más unos objetos que otros en nuestra imagen. Así, el objeto de nuestro interés se distingue con claridad, mientras que lo demás queda emborronado. La idea es que los ojos se centren en ese objeto preciso.
Todo parece indicar, pues, que hacer un enfoque selectivo es un acto volitivo (y supongo que para muchos fotógrafos lo es). Sin embargo, para mí, es el resultado de la complicidad entre mi camarita rosa (que entra ya en su undécimo año de vida conmigo), algún paisaje y una mirada, más allá de mis ojos.
Entonces, cuando bajo las fotos a mi compu, descubro, por ejemplo, una telaraña enfocadísima, y sutil, entre unas plantas secas desenfocadas, en primer plano, y unos atados de paja, desenfocados en segundo plano. Y al fondo, un trozo de bosque emborronado también.
Así es la magia de la vida.
A veces.
Esa conjunción, natural e inesperada.
Más allá de nuestra búsqueda consciente.
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