Lara López, la prologuista de la antología de relatos de amor y música, Arritmias, dice que, en muchas ocasiones, YouTube se ha encargado de contarle su pasado. Me acordé de esto cuando, hace unos días, colgué en la pared del comedor un regalo temprano de los Reyes: el joyerito, reconvertido en plato, que pintó a mano y me regaló mi amiga Fuensanta.
Me gustó tanto que decidí colocarlo junto a otros platos que decoran ese espacio. Y entonces me di cuenta cómo los objetos que conservamos también se encargan de contarnos —de recordarnos, de preservar— trozos de nuestro pasado.
Entonces, me puse a mirar con especial atención los diferentes platos que tengo colgados no solo en esa pared, sino en varios otros lugares de mi casa. (Fuen me había comentado, cuando le mandé una foto del sitio donde ahora vivía su creación, que le gustaba que hubiera diferentes formas [redondos, ovalados, octagonales, cuadrados y ¡sol y luna!], "como debe ser la vida", decía, "aunque duela, caray" Y seguía reflexionando en el sentido de que "cuando namás es redonda puede ser así, redonda, y que no duela").
Y entonces decidí que valía la pena dedicarle una entrada a estos objetos y recordar, aun si duele, que lo bailado nadie nos lo quita...
Lo primero que hice fue fotografiarlos. Primero, en grupos según su ubicación y, después, uno por uno. (Las segundas imágenes me gustaron más.) Cada plato trae un pedacito de mi vida.
Este, por ejemplo, más que de mi vida, es de la de mis abuelos paternos. Es uno de los sobrevivientes de la vajilla con que mi abuela María Luisa viajó a México, desde Bilbao (su primer exilio), después de la Guerra Civil, para reunirse con mi abuelo Román, en Veracruz, y luego seguir hasta la Ciudad de México. Mi tía Marisa contaba que la vajilla venía perfectamente embalada de España y así llegó a México. Pero en la aduana en Veracruz, obligaron a mi abuela a desempacarla y luego volvieron a meter las piezas como cayeron. Y la mayor parte se hizo pedazos. Quedaron solo algunas que se repartieron mi papá y mis tías al morir mi abuela. De ahí, nos llegaron algunas vestigios a algunos nietos (y, quizá, biznietos). Yo tengo dos, que me regaló mi tía Marisa.
Acá hay un trozo de Rusia y de la amistad que me unió con Natasha cuando íbamos en primaria. De alguna de sus visitas a la entonces URSS, me trajo este plato, casi charola, y mi papá le compró un aditamento para poder colgarlo. Me ha acompañado en todas mis mudanzas desde que me fui de casa de mis padres a los 22 años.
Estas uvas de talavera de Tlaxcala, en formato ovalado, las compré en un viaje de adolescente con mis papás, cuando dejamos de celebrar la Navidad en familia y optamos por salir de viaje solo los cuatro (ellos, mi hermano y yo). Aunque en realidad es una jabonera, tenía un hoyo atrás para poder colgarla como adorno, previa inserción de un alambre. Cuando me casé, o desde antes, me la traje conmigo y ha decorado todas mis casas. Cuando me divorcié y la volví a colgar, descubrí que se había roto y que alguien, Adrián probablemente, la había pegado sin decirme nada.
Este vino de Barcelona hace casi 39 años. Durante mi primera vez en la ciudad condal, salimos a pasear por el Barrio Gótico. Recuerdo ir al lado de mi tío Pedro que me iba contando cosas. Seguro me llamaron la atención las piezas de alfarería y, entonces, él me explicó que este era un diseño típico catalán y que el decorado en espiral se lograba dejando caer la pintura clara en línea recta mientras el plato giraba en el torno. Es uno de mis consentidos y también ha permanecido conmigo a través de todas mis mudanzas.
Y este pequeñín llego a mi casa hace apenas un mes. Viene también de Barcelona. También del Barrio Gótico, donde paseé al lado de Mary Carmen, Mariona y Laia. Mi prima me animó a comprarlo. "Un jazmín para el alma", como decía buelina, me dijo. Y me convenció. Cuando lo pagué, descubrí que els peixos no eran catalanes, sino que venían de Almería...
Y para concluir la primera entrega de platos, este octagonal. También de talavera. Quizá poblana. Llegó a mí cuando murió mi terapeuta y amiga Judy y desmontamos su casa. Yo estaba tristísima y este era un pedacito de ella que podía llevarme a casa. Entonces Emilia me ayudó a ponerle un alambre y poder, así, colgarlo de la pared. A veces, cuando lo veo, recuerdo cuánto sigo extrañando a Judy y lo agradecida que estoy por su apoyo en uno de los momentos más difíciles de mi vida.
Hasta que empecé esta entrada no me di cuenta de cuánto me gustan los platos y de cuántos tengo. Debe de ser, en parte, un gusto heredado de mi padre, a quien también le encantaban. Aunque su celo coleccionador era bastante más obsesivo que el mío. (Hasta mandaba construir muebles de madera especiales para exhibirlos.)
Yo en realidad no los colecciono. Me gustan. Y ya está.
(Y me quedan varios pendientes para una entrada futura.)
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