jueves, 19 de septiembre de 2019

Adiós, zapatos rojos


Hace más de cinco años me compré unos zapatos rojos. Más específicamente unos Birkenstock (siempre había querido unos). En aquel entonces me preparaba para un viaje y para un cambio de vida. El viaje lo hice. Y los zapatos rojos me acompañaron. Juntos caminamos por Madrid y por Barcelona y, sobre todo, recorrimos (y amamos) toda Lisboa. 

El viaje terminó y los zapatos volvieron conmigo. El cambio de vida no se dio y los zapatos se quedaron conmigo.

Y entonces me acompañaron en mi vida cotidiana en Cuernavaca, en primavera y en otoño. Menos en verano, porque llueve. Pero también.

El año pasado me compré otros Birkenstock, en rebaja por supuesto, para sustituir a los rojos que ya se veían bastante dados al tren. Los nuevos son rosas. No los usé mucho, como esperando algo.

Ahora estoy a punto de iniciar otro viaje (y cambio de vida). Entonces, volví a los Birkenstock rojos para que se acabaran de una vez y dejar los rosas, más nuevos, para su chamba del otro lado del mar.

Y, ayer, de regreso caminando del consultorio, empecé a notar que algo se me clavaba en la planta del pie. Finalmente se había acabado por romper el zapato rojo izquierdo. Además, se le levantó la piel y eso me lastimaba al caminar. Lo revisé para confirmar que ya no había nada que hacer, más que agradecerles y soltarlos. (Y llevarme a sus hermanos rosas para la siguiente aventura.)

Adiós, zapatos rojos.
Gracias por la compañía y la solidaridad y la lealtad.
Adiós.



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