A más de una amiga le parece que eso de tener a la dentista en Tepoz (y no en Cuernavaca) es una locura. A mí me encanta. Además de que mi doctora es buenísima, ir a una cita con ella es el pretexto ideal para ir a Tepoztlán entre semana, cuando es aún más bonito porque hay poca gente.
Y puede suceder que lo primero que te encuentres en la carretera sea la silueta del Tepozteco con la del Popo (con todo y fumarola) de fondo y logres hacer una foto mientras vas manejando.
| O que descubras un pajarito sobre un alambre después de echarte unos deliciosos tlacoyos con doña Elvia. |
Y que enfrente del consultorio dental, el sol juegue con las flores de plúmbago (así con acento, porque grave no me suena) y te regale imágenes como esta.
| O como esta otra, de las flores rosas, casi rojas, que se cierran casi de inmediato después de abrirse, y aun así se ven preciosas sobre las paredes. |
También puedes robarte ventanas hermosas, con plantas secas por dentro y un cactus por fuera.
O con cerámica por dentro, y tabachín en flor y construcción de adobe por fuera.
| También puedes robarte con la cámara un ojo de pollo (la flor amarilla con centro negro,) al sol, en donde se cuela sorpresivamente una mosca (y hasta se ve bonita). |
| Y los primeros cempasúchiles silvestres, que anuncian la próxima llegada de los muertos. |
Y después del cambio de amalgama y los tlacoyos de chales y de requesón (y los de frijol para traer a casa), en la calle de salida ondean estas banderitas que aparecieron para alguna celebración, religiosa lo más seguro, y ahora parecen desearte buen viaje de vuelta a casa.
Y, de pilón, al regreso de Tepoz, pasas por Ocotepec y su mercado, donde logras atrapar, desde el auto, unas escobas, unas hojas para tamal y, allá en el fondo, esas flores de calabaza, brillantes y apetitosas.
Todo esto es lo bueno de tener a la dentista en Tepoz y no en Cuernavaca.
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