sábado, 2 de noviembre de 2019

Día de Muertos 4


Hoy es Día de Muertos, mi celebración predilecta, y lo paso, por primera vez, lejos de casa. No solo eso, sino que estoy a miles de kilómetros de distancia. Del otro lado del Atlántico. En Madrid.

Acá a los muertos ni se les espera ni se les celebra. Apenas se les nombra. El festivo fue ayer, Día de Todos Santos. No hubo escuela ni trabajo. Pero tampoco ofrendas, ni cempasúchiles, ni tamales, ni papel picado, ni calaveritas de azúcar, ni chilacayotes. Ni nada de nada.

Hoy menos, que ya es un día normal otra vez. Parece que hay gente que suele ir al cementerio, pero de fiesta y celebración, nada. Nada de nada.

Y yo, hoy a mis muertos, los siento lejos. Me consuela que podrán ir de visita a mi casa, donde Yare y Santiago dijeron que montarían un altar muy bonito (que espero ver virtualmente al rato). Y se encontrarán, quizás, con un caballito de tequila o una copita de oporto, un buen pan de muertos (¡qué antojo!), algún cigarro (para mi mamá y mi tía Olga) y alguna otra comida de esas que les gustaban.

También están cerca mis muertos, sobre todo mi padres. Porque ando acá, en las tierras donde nació él. Porque me acoge Ana, que fuera amiga de ambos. Las dos los recordamos. Se aparecen en nuestras conversaciones. Con todo y la ambigüedad en los sentimientos. En mis sentimientos.

Y puestos a hablar de muertos, pienso, recuerdo, añoro, extraño a mi tía Olga. Y a Dasha. Sin ellas, mi paso por el mundo habría sido mucho menos cálido. Mucho menos luminoso.

Y echo de menos a Ma. Eugenia, mi comadre, que está vivita y coleando, eso sí. Con ella hemos compartido la celebración a nuestros muertos durante muchos años. Y a doña T, que también irá de visita hoy a su Chimal querido, guiada por el camino de pétalos de cempasúchil que Ma. Eugenia habrá puesto para guiarla hasta el altar.

A mis muertos hoy, los celebro con lo que hay, con estas rosas que me encontré paseando ayer en el Parque del Oeste:




















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