miércoles, 22 de enero de 2020

desconcierto


El lunes pasado volvía a casa después de una función matinal de cine (1917, que me encantó). Me bajé en el metro Bernabéu y, no sé por qué, salí por la boca que está en Concha Espina, así que tenía que cruzar la avenida y caminar todo el largo del estadio. (Hay otra boca más cerca, que es la que suelo usar, pero esta vez se me perdió.)

Mientras caminaba, noté que algo caía del cielo nublado. Gotas, pensé. Será que llueve, pensé, pero no era la lluvia como ya lo conocía. Las gotas se veían blancas. O yo las veía blancas. Será por la catarata o por la falta de catarata, me pregunté. Por el lente de contacto. O será ceniza. Pero aquí no hay volcán.

Seguí caminando sin encontrar explicación, y sin pensarlo demasiado. Entonces, ya en casa, Ana me explicó que eso era, ni más ni menos, aguanieve, fenómeno del que había escuchado hablar pero jamás había vivido. Si el diccionario dice que es "lluvia mezclada con nieve" las gotas blancas que vi eran minicopitos, que me habían desconcertado, sorprendido: suspendido mi ánimo en un instante mágico.

Aún tendré oportuidad, espero, de sorprenderme más si veo nevar antes de que acabe este mi primer invierno madrileño.
Ojalá.


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