En el Retiro |
1. m. año que tiene un día más que el común, añadido al mes de febrero.
Ni más ni menos. Siempre, desde niña, me ha llamado la atención eso de tener un 29 de febrero, aunque llegado el caso, no le haya dado mayor importancia. (Me solía preguntar, por ejemplo, cómo celebra su cumpleaños quien nace en un día como hoy.) Sin embargo, desde hace 24 años, el año bisiesto adquirió un sentido más porque mi hijo nació en uno de esos años con 29 de febrero. Entonces, cuando cada cuatro años vuelve a pasar, yo me vuelvo a acordar del año en que él nació y eso lo hace especial para mí, como si fuera un poco más nuestro. Y este año se me antojó consignarlo.
Por otro lado, averigüé aquí que, además de que cada 4 años se añade un día para corregir el desfase que existe entre la duración del año trópico (365 días 5 h 48 min seg) (365.242189 días) y el año calendario de 365 días (es decir, que cada año calendario se nos acumula un cuarto de día), también hay que hacer otro ajuste: Si fueran bisiestos todos los años divisibles entre cuatro (como lo eran en el calendario juliano), cada 500 años más o menos, habría un desfase a la inversa de otros 4 días. Así que el calendario gregoriano determinó que para que los años seculares (como el año 2000) fueran bisiestos, tendrían que ser divisibles entre 4 y entre 100 (como el año 2000), lo cual asegura que se eliminen como bisiestos 3 de cada 4 años seculares.
Actualmente sucede también que los bisiestos son años olímpicos, lo que me recuerda haber visto alguna competencia mientras estaba embarazada de mi hijo. Curiosidades sobre el tiempo que aún creemos que existe en realidad.
Y hoy no solo es 29 de febrero, sino que es esa época del año en que del otro lado del mar estarán en pleno florecimiento las jacarandas, mis árboles favoritos. Extraño su color morado y el olor de sus flores cuando, ya en el piso, empiezan a llenar el ambiente con un aroma dulzón. Me parece increíble no estar allá para verlas ni para fotografiarlas. Aunque igual de sorprendente, bueno quizá un pelín menos, es ver los árboles que de este lado del mar se llenan de flores blancas o rosas o casi rojas, sin el aroma ni el color de las flores de jacaranda, pero con su propio encanto.
Para muestra, la imagen que abre este entrada
y estos dos árboles que me encontré paseando ayer:
En la Calle de Padre Damián |
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