El pasado 16 de febrero, domingo, tenía plan para comer con una amiga, pero al final ella no pudo. Mis alternativas eran quedarme en casa (y arriesgarme a que me invitaran a comer con la familia de mi anfitriona, o no) o salir yo sola. Preferí lo segundo y me armé un plan que empezaba en el Templo de Debod, aprovechando que hacía buen día, pasaba por The Fix, una cafetería genial adonde me llevaron Itzel y Carlos antes de marcharse de Madrid, y luego, un cine. Claro.
Cuando me empecé a arreglar, se me bajó un poco el ánimo. Que si la soledad esto. Que si la soledad aquello. Pero me seguí preparando. (Sabía que la opción de quedarme podría terminar en un clavado en la desolación que sería mucho peor.) Ya lista me enfilé al metro Bernabéu, ahi justo enfrente del estadio. No tenía que hacer cambio de línea, sino unicamente ir en dirección Puerta del Sur y bajarme en Plaza de España. (Me encanta saber moverme en Madrid.)
Llegando: Al fondo, los portales del templo |
Sofía, junto al no espejo de agua |
Finalmente pasamos y los perdí de vista. Hice el recorrido marcado, que me resultó un poco anticlimático, pero me dejó con la sensación de haber cumplido una meta. Ya no tenía tiempo de asomarme al mirador para ver Madrid desde esa altura, pero aún tengo tiempo para planear ese paseo. Antes de irme, me encontré con este reflejo de la Torre Madrid (edificio donde vivió en una época el director de cine Luis Buñuel, según reza en una placa adosada a uno de sus muros) en los cristales que se colocaron a la entrada del templo para protegerlo.
Ya para
ese momento necesitaba ir a comer si quería llegar a tiempo al cine. En tres
minutos más o menos llegué a The Fix. Casi no habia gente. Me senté junto a una
ventana. Me pedí un "zumo" (jugo, pues) de zanahoria, cúrcuma, pera y
leche de coco. "Una pasada", que dirían acá. "Una
chingonería", que diríamos allá. Para acompañarlo, una tostada (en algo
como pan de masa madre) con aguacate, queso feta y un toque (mínimo para mi
gusto) de chile, que estaba buenísima. Y ¿por qué no?, para acabar un flat white, tan rico y tan bonito que me
lo tomé sin azúcar y sin revolverlo, y el mejor brownie de Madrid. Y mientras tanto, seguí inventando ciraturas en mi cuaderno rayado y con mi pluma (boli) de tinta café.
Para finalizar, casi, la jornada, otra caminata de un par de minutos para llegar a los Cines Golem (salitas de cine de arte) donde exhibían Sobre lo infinito, del cineasta sueco Roy Andersson de quien resulta que yo no había visto nada. Gracias a una amiga del feisbuc que siempre recomenda cosas buenas, vi esta hermosísima peli: una colección de momentos imagen, ligadas por la música y la voz de una narradora, que vio hombres y mujeres en diferentes situaciones. Mi preferida: Un padre con su hija, a quienes les agarra una tormenta de camino al un cumpleaños. Entonces él se agacha a atarle a ellas las agujetas, empapándose mientras deja de lado su paraguas.
Y cuando pensé que tomaría el metro de regreso, me sedujo Gran Vía y me puse a caminar. Llegué hasta Callao, vi que el autobús que me llevaría a casa tardaba aún 11 minutos en llegar, me metí a una tienda y seguro perdí varios autobues más. No compré nada. Ya bastante cansada, logré treparme al 147, acompañada de varios fans del Real Madrid que iban a ver a su equipo jugar tres horas más tarde y que se bajaban casi donde yo.
Se cerró así un domingo donde la soledad le volvió a ganar la partida a la desolación.
Graciasss por el recorrido y la comida!! Me reí y podía sentir el sabor del café con brownie. Y felicitaciones por vencer la resistencia, muchos abrazos
ResponderBorrarY gracias a ti por acompañarme en la travesía dominguera, querida. Vente y la hacemos juntas en carne y hueso... Muchos abrazos de vuelta.
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