viernes, 21 de febrero de 2020

Crónica de un domingo 3 (sola en Madrid)


El pasado 16 de febrero, domingo, tenía plan para comer con una amiga, pero al final ella no pudo. Mis alternativas eran quedarme en casa (y arriesgarme a que me invitaran a comer con la familia de mi anfitriona, o no) o salir yo sola. Preferí lo segundo y me armé un plan que empezaba en el Templo de Debod, aprovechando que hacía buen día, pasaba por The Fix, una cafetería genial adonde me llevaron Itzel y Carlos antes de marcharse de Madrid, y luego, un cine. Claro.

Cuando me empecé a arreglar, se me bajó un poco el ánimo. Que si la soledad esto. Que si la soledad aquello. Pero me seguí preparando. (Sabía que la opción de quedarme podría terminar en un clavado en la desolación que sería mucho peor.) Ya lista me enfilé al metro Bernabéu, ahi justo enfrente del estadio. No tenía que hacer cambio de línea, sino unicamente ir en dirección Puerta del Sur y bajarme en Plaza de España. (Me encanta saber moverme en Madrid.)

Llegando: Al fondo, los portales del templo 
Y de Plaza de España al templo que llegó de Egipto como donación de aquel país por la contribución financiera y científica de España a la campaña de Salvamento de Nubia, el trayecto fue más corto de lo que parecía en googlemaps. Al llegar al alto donde antes se encontraba el Cuartel de la Montaña, junto al paseo del Pintor Rosales en el Parque del Oeste, vi que había personas dentro del área del templo y dentro del templo mismo. Así que hoy se puede entrar, me dije, y entonces me percaté de la cola que había que hacer para lograrlo. Y decidí hacerla. Quién sabe cuándo tendría otra vez la oportunidad y el tiempo se va como agua. Así que me formé y empecé a esperar.

Uno de los tres guardias apostados frente al templo se encargaba de dejar pasar 15 personas o así cada 10 minutos más o menos. Otro sonaba un silbato cada vez que alguien pasaba al área del templo sin hacer la cola para indicarles que se salieran. Y el tercero, solo dios sabe. Alguien dijo que el tiempo en la cola sería de hora y media, pero en realidad fueron como 40 minutos.

Sofía, junto al no espejo de agua
Delante de mí esperaba una familia con dos niños pequeños como de 4 y 5 años, más o menos: Samuel y Olivia, que estaban bastante inquietos. En un primer momento, la madre les dio un refrigerio, sentados junto al césped, mientras el padre permanecía en la cola. Un rato después, la madre se unió al padre en la cola mientras los niños correteaban por ahí, comían un plátano una mordida a la vez cada uno, o repetían incansablemente la palabra "caca" para consternación de los padres. Sofía decidió echarse en la barda que rodea el recinto, donde tendría que haber (que los hubo) espejos de agua que simulaban la ubicación original del templo, hasta que el padre la levantó. Se puso a jugar con la arena, hasta que el padre la levantó. Y de pronto gritó que, a unos cuantos metros de allí, su hermano se había puesto a cagar. La madre salió como tapón de sidra y logró alzarlo en brazos, con los calzoncillos caídos, y llevarlo a un jardín. Después volvieron como si nada a seguir esperando.

Finalmente pasamos y los perdí de vista. Hice el recorrido marcado, que me resultó un poco anticlimático, pero me dejó con la sensación de haber cumplido una meta. Ya no tenía tiempo de asomarme al mirador para ver Madrid desde esa altura, pero aún tengo tiempo para planear ese paseo. Antes de irme, me encontré con este reflejo de la Torre Madrid (edificio donde vivió en una época el director de cine Luis Buñuel, según reza en una placa adosada a uno de sus muros) en los cristales que se colocaron a la entrada del templo para protegerlo.






Ya para ese momento necesitaba ir a comer si quería llegar a tiempo al cine. En tres minutos más o menos llegué a The Fix. Casi no habia gente. Me senté junto a una ventana. Me pedí un "zumo" (jugo, pues) de zanahoria, cúrcuma, pera y leche de coco. "Una pasada", que dirían acá. "Una chingonería", que diríamos allá. Para acompañarlo, una tostada (en algo como pan de masa madre) con aguacate, queso feta y un toque (mínimo para mi gusto) de chile, que estaba buenísima. Y ¿por qué no?, para acabar un flat white, tan rico y tan bonito que me lo tomé sin azúcar y sin revolverlo, y el mejor brownie de Madrid. Y mientras tanto, seguí inventando ciraturas en mi cuaderno rayado y con mi pluma (boli) de tinta café.

Para finalizar, casi, la jornada, otra caminata de un par de minutos para llegar a los Cines Golem (salitas de cine de arte) donde exhibían Sobre lo infinito, del cineasta sueco Roy Andersson de quien resulta que yo no había visto nada. Gracias a una amiga del feisbuc que siempre recomenda cosas buenas, vi esta hermosísima peli: una colección de momentos imagen, ligadas por la música y la voz de una narradora, que vio hombres y mujeres en diferentes situaciones. Mi preferida: Un padre con su hija, a quienes les agarra una tormenta de camino al un cumpleaños. Entonces él se agacha a atarle a ellas las agujetas, empapándose mientras deja de lado su paraguas.

Y cuando pensé que tomaría el metro de regreso, me sedujo Gran Vía y me puse a caminar. Llegué hasta Callao, vi que el autobús que me llevaría a casa tardaba aún 11 minutos en llegar, me metí a una tienda y seguro perdí varios autobues más. No compré nada. Ya bastante cansada, logré treparme al 147, acompañada de varios fans del Real Madrid que iban a ver a su equipo jugar tres horas más tarde y que se bajaban casi donde yo.

Se cerró así un domingo donde la soledad le volvió a ganar la partida a la desolación.

2 comentarios:

  1. Graciasss por el recorrido y la comida!! Me reí y podía sentir el sabor del café con brownie. Y felicitaciones por vencer la resistencia, muchos abrazos

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    1. Y gracias a ti por acompañarme en la travesía dominguera, querida. Vente y la hacemos juntas en carne y hueso... Muchos abrazos de vuelta.

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