En mi sueño, estaba más gorda de lo que fue (era más bien menudita) y se había escapado o, por error o descuido, la habíamos dejado fuera de casa junto con otra perra (no sé ni quiénes éramos ese nosotros ni pude recordar quién era la otra perra, quizá una alusión a mis dos gatas que se quedaron en casa cuando me vine a España). El caso es que me daba cuenta de la situación y me sentía fatal. La Xunka se veía maltrecha y triste e incluso alcancé a ver cómo la atacaba un ave maligna, que era en realidad una escultura de un pájaro tallada en palo fierro, por algún indígena seri o yaqui de Sonora, que había cobrado vida y le clavaba el pico puntiagudo con crueldad, una y otra vez. Yo lograba rescatar a la perra y traerla a casa, pero me quedaba la sensación de que me estaba dejando algo fuera.
El sueño remataba con Ana y conmigo caminando hacia Plaza Castilla, que estaba mucho más cerca de casa de lo que está (Ana me lo recalcaba) y que no era Plaza Castilla, claro. Mientras caminábamos, ella me contaba algo triste sobre su madre, que ya no podía caminar o algo así, cuando en la vida real doña Amalia murió hace varios años ya. Entonces desperté.
Y me encontré en internet con un artículo del National Geographic que hablaba de la tendencia a soñar raro en estos tiempos de pandemia/estrés/confinamiento/virus-invisible-que-nuestra-mente-convierte-en-lo-que-sea en un intento por procesar la situación...
Que así sea.
Coincido en que a través de los sueños sí procesamos las emociones que en esta situación se han despertado. Abrazos y ya toca platicar, pero tu y yo solas porque la última vez,me faltó. ❤️
ResponderBorrarApoyo 100 x 100 la moción. ¡Pongamos fecha!
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