Una paciente me contó hace unos días una historia marcada por el coronavirus en México. Lloraba mientras lo hacía. Y yo tuve que hacer un esfuerzo para no unírmele. Con su permiso, la cuento yo aquí en mis palabras, con el anhelo de que el sufrmiento termine para todos los seres y encontremos la felicidad verdadera.
L. y E. se casaron hace varios años. Él es unos 12 o 15 mayor que ella. Siempre la ha querido muchísimo. La cuida. La procura. Le pide su opinión, aunque en el fondo no deje de ser un «autoritario benevolente». Pero en sus ojos se nota cómo la quiere. Y ella a él. Han sido felices, en su casa en un barrio en las afueras de la Ciudad de México. Tienes tres hijos, de 8, 6 y 4. Ella no ha vuelto a trabajar aún. Ojalá no tarde mucho en hacerlo.
Comparten pared con un tío de él. Hace unos días, internaron al tío en el hospital. Nunca lo volvieron a ver. Les dijeron que murió a causa de la infección por coronavirus. Solo les devolvieron la urna con sus cenizas.
¿Y si no fuera mi tío? ¿Y si se están robando los cadáveres? ¿Y si el virus este es un invento? Dudas y preguntas sin respuestas. E. no cree que el coronavirus exista. Le han mentido toda la vida. Desde hace más vidas. No tiene confianza en el gobierno. Pero empieza a tener síntomas respiratorios.
Va a un primer médico. Le dice que tiene un cuadro que coincide con el de la infección por coronavirus, que debería hospitalizarse. Él se niega. Va a ver a otro médico. Le dice que no es coronavirus. Él decide creerle a este médico.
A los pocos días, E. muere. Andaría por los 50 años.
Deja sola a L, que está destrozada. Deja solos a sus hijos, que están desamparados. La más pequeña no quiere volver a su casa y se queda en casa de la tía viuda. A E. lo velan durante dos días. No quieren cremarlo. Quieren acompañarlo. Enterrarlo. Después, empiezan los nueve días de rosarios con la participación de toda la comunidad. No creen en el coraonavirus. Necesitan las tradiciones y el contacto para lidiar con tanto dolor.
Mi paciente, tía de L., logra impedir que sus familiares vayan a la Ciudad de México. Quiere evitar que la infección llegue a su pueblo, donde ya hay un cerco sanitario, organizado por la gente, para protegerse. Organiza a sus parientes para que le escriban wasaps a L. y la acompañen, de lejos, en este trance. Llora mucho mientras me lo cuenta y reflexiona sobre la necesidad de ir más allá de los juicios y los estereotipos, de la necesidad de tener sensibilidad cultural, conciencia de las diferencias y de la historia, al gestionar las medidas sanitarias.
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