Ayer tarde, Bárbara y yo probamos la nueva normalidad cuando salimos a pasear. La normalidad 1 es que seguimos paseando cogidos de la mano. La normalidad 2 es que hay bastantes personas que te miran fijamente a los ojos si no llevas mascarilla, esperando a que te des cuenta de “tu error”.
Fuimos por el barrio. Pasábamos por delante de las persianas cerradas de los bares. Leímos un cartel informativo de la antigua normalidad: “Aforo 92 personas”, y nos hizo mucha gracia. Al poco, nos topamos con un amigo. Ya no nos abrazamos y dejamos un metro y pico de separación entre nosotros —a esa distancia, las personas parecemos más pequeñas—. Plantados en mitad de la plaza, charlamos de lecturas, de trabajo, de maneras de adaptarse. Los temas surgían mientras nos preguntábamos si estaba permitido hacer algo así. No queríamos que terminase ese encuentro –el primero en casi dos meses con un amigo en persona—, así que decidimos alargarlo con unas cervezas frías del supermercado.
Seguimos el paseo por el barrio.
Bebíamos extasiados como los poetas y, a la vez, con el temor de que se nos escaparan las palabras y alguien, desde su balcón, nos lo recriminara. Caminábamos por la acera como en una relación de tres amantes en la que siempre hay dos que quieren ser ecuánimes con el otro. Llegamos hasta un cruce donde había un par de bancos de madera enfrentados. Bárbara y nuestro amigo se sentaron en el mismo, yo en el otro. Nos terminamos las cervezas. Él telefoneó a su mujer para decirle dónde estábamos y lo que hacíamos, que se uniera. Al rato, ella vino con más cervezas y un paquete de papas. Se sentó en el otro extremo del banco en el que estaba yo. De vez en cuando nos volvíamos hacia atrás y a los lados por si venía la policía.
Pasó la policía por la calle paralela. Pasó la policía por nuestro lado. Nos levantamos apresuradamente como esas abejas que revolotean por la lavanda cuando te acercas. Se fue la policía y la nueva normalidad vino para quedarse.
Quieres hacer las mismas cosas que antes, pero llevas un par de marchas menos. Es como si un cirujano quisiera practicar una incisión a la altura del hígado y utilizase un cuchillo de untar mantequilla en vez del bisturí. Al final llegas adonde quieres llegar, pero más tarde.
En la nueva normalidad es distinta la luz que hay en el hueco que se forma entre las personas. Es distinto el sonido de las calles. La comunicación visual va a cambiar. A veces te encontrarás mirando las zapatillas que lleva la otra persona porque la perspectiva te lo permite. Habrá que tener más cuidado con las braguetas desabrochadas. Fumar estará bien visto y el humo quedará lejos. No te extrañe que levantes el brazo y lo extiendas, como cuando lo acercas a una ventana para cerciorarte de que tiene cristal. Esa es la nueva normalidad. Te van a entrar ganas de acariciarle la mejilla al de enfrente, hay algo de tristeza inevitable.
Fuimos por el barrio. Pasábamos por delante de las persianas cerradas de los bares. Leímos un cartel informativo de la antigua normalidad: “Aforo 92 personas”, y nos hizo mucha gracia. Al poco, nos topamos con un amigo. Ya no nos abrazamos y dejamos un metro y pico de separación entre nosotros —a esa distancia, las personas parecemos más pequeñas—. Plantados en mitad de la plaza, charlamos de lecturas, de trabajo, de maneras de adaptarse. Los temas surgían mientras nos preguntábamos si estaba permitido hacer algo así. No queríamos que terminase ese encuentro –el primero en casi dos meses con un amigo en persona—, así que decidimos alargarlo con unas cervezas frías del supermercado.
Seguimos el paseo por el barrio.
Bebíamos extasiados como los poetas y, a la vez, con el temor de que se nos escaparan las palabras y alguien, desde su balcón, nos lo recriminara. Caminábamos por la acera como en una relación de tres amantes en la que siempre hay dos que quieren ser ecuánimes con el otro. Llegamos hasta un cruce donde había un par de bancos de madera enfrentados. Bárbara y nuestro amigo se sentaron en el mismo, yo en el otro. Nos terminamos las cervezas. Él telefoneó a su mujer para decirle dónde estábamos y lo que hacíamos, que se uniera. Al rato, ella vino con más cervezas y un paquete de papas. Se sentó en el otro extremo del banco en el que estaba yo. De vez en cuando nos volvíamos hacia atrás y a los lados por si venía la policía.
Pasó la policía por la calle paralela. Pasó la policía por nuestro lado. Nos levantamos apresuradamente como esas abejas que revolotean por la lavanda cuando te acercas. Se fue la policía y la nueva normalidad vino para quedarse.
Quieres hacer las mismas cosas que antes, pero llevas un par de marchas menos. Es como si un cirujano quisiera practicar una incisión a la altura del hígado y utilizase un cuchillo de untar mantequilla en vez del bisturí. Al final llegas adonde quieres llegar, pero más tarde.
En la nueva normalidad es distinta la luz que hay en el hueco que se forma entre las personas. Es distinto el sonido de las calles. La comunicación visual va a cambiar. A veces te encontrarás mirando las zapatillas que lleva la otra persona porque la perspectiva te lo permite. Habrá que tener más cuidado con las braguetas desabrochadas. Fumar estará bien visto y el humo quedará lejos. No te extrañe que levantes el brazo y lo extiendas, como cuando lo acercas a una ventana para cerciorarte de que tiene cristal. Esa es la nueva normalidad. Te van a entrar ganas de acariciarle la mejilla al de enfrente, hay algo de tristeza inevitable.
Que fuerte!! La verdad me niego a querer formar parte de la "nueva normalidad", no sé cómo,el abrazo salva relaciones y alimenta el alma, no puedo dejarlo. Te abrazo
ResponderBorrarOjalá sea una etapa de transición nada más, querida... que también creo que vivir sin abrazos sería vivir a medias, en el mejor de los casos :c
BorrarLo de la policía tiene su gracia, yo me topé con ella y mi primer impulso fue huir, y solo estaba caminando por el parque...y no era yo sola,estaban varios paseantes de perros, pero yo no tengo perro.
ResponderBorrarHabrá que aprender a vivir en un mundo donde las reglas de siempre han cambiado, querida Joana, y colaborar para moldearlo a la medida de nuestros sueños...
BorrarQué lindo texto nos compartiste Adela, gracias! En efecto, nos tendremos que reinventar todos en esa nueva modalidad. Vamos a parecernos a los osos cuando salen por primera vez en la primavera, después de haber hibernado largos meses de invierno. Reaprender a vivir...
ResponderBorrar¡Qué bonita imagen la de los osos! Así, se puede ver el desconfinamiento de otra manera. Y reaprender a vivir es siempre una oportunidad. Gracias por pasarte, leer y comentar, querida Iasbelle.
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