Una de las maneras de buscarme que más me gusta es en las imágenes que mi cuerpo proyecta, sobre todo en el piso, cuando intercepta los rayos del sol. Me hice consciente de mis sombras hace mucho y mis camaritas rosas se hicieron cómplices de la búsqueda. A veces son imágenes completas, a veces fragmentarias; a veces en soledad, otras en compañía. Eso sí, siempre son diferentes —no puede haber dos sombras iguales, aunque sean propias— y uno de los elementos determinantes es la posición del sol en el cielo cuando aprieto el botón de la cámara. Eso sí, siempre está el alivio de no tener que preocuparme por los rasgos de mi rostro ni la forma en que me queda el pelo.
A medio día, por ejemplo, la imagen proyectada coincide más con la silueta que me devuelve el espejo. Es más definida. Como en esta sombra que tomé hace unos días cuando salí a hacer algunos mandados por el barrio. Aparece incluso uno de los dos changos que cuelgan de mi bolsa de mano y mis sandalias de verdad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario