miércoles, 23 de septiembre de 2020

Otoño 9









Mi primera entrada "oficial" sobre esta estación data del 24 de octubre del 2011, casi a dos años del nacimiento de este blog, y la más reciente es del 23 de septiembre de 2018, hace justo dos años. En muchos otros textos se ha colado también el otoño de forma más o menos evidente.

Esta es la primera vez que lo recibo de este lado del Atlántico y aunque el calendario y google decían que empezaba ayer, yo tengo asociado su inicio con esta fecha, que seguramente memoricé en la escuela hace mucha tiempo.

Esta vez lo recibo en Barcelona (of all places) y descubro que en catalán el otoño es ella: la tardor, que suena como en castellano "tardó" porque en catalán las erres finales no se pronuncian. Quizá sea su carácter femenino el que suavice su entrada. O soy yo la que se toma las cosas menos a la tremenda.

Hice un recorrido por mis entradas entre el 2011 y el 2018 y lo que más destaca son las flores silvestres, por un lado, y las gripas y tristezas, por el otro. Este año por fortuna, lo recibo sana y noto su presencia (la de ella) en señales nuevas: las hojas que empiezan a caer y a tapizar las banquetas (aceras que les dicen acá) y de las que hay que cuidarse para no resbalar, sobre todo cuando están húmedas; los cambios de temperatura que no acaban de estabilizarse, aunque en general tienden a la baja; las lluvias, que dice Joana que son propias de septiembre, y que te agarran en el momento menos esperado (paseando por el centro o justo después de tender la ropa); el cambio en la manera de vestir, que se nota en la gente en la calle, donde todavía hay quien va de verano (con tirantes y shorts), mientras que otros ya sacaron las chaquetas y los pantalones largos; el cambio en los aparadores, que en realidad empezó antes con carácter premonitorio, aunque aún quedan algunas "rebaixes" de la estación anterior.

Y la luz cambia y los planes también. Ya no es momento de ir a la playa, aunque como me dijo Joana, el Mediterráneo seguirá ahí si yo me quiero meter. Y el ritmo de la vida es otro. Ya no hay piscina. Los niños volvieron al cole (con todo y sus mascarillas). Y los mayores ya van súper de prisa en su "nueva" normalidad. Las persianas se quedan subidas, porque ya no hay que protegerse del calor y las ventanas, entrecerradas por si llueve. El aire acondicionado entra en hibernación y oscurece cada día más temprano. (Parece hace tanto que la luz llegaba hasta las 10 de la noche.)

Otra constante de mis descripciones otoñales en Cuernavaca ha sido la referencia al hecho de que los árboles en mi tierra no cambian de color. Acá, sí, pero aún no se nota. Quedo a la espera. 

Y las comidas cambian también: el gazpacho se despide y da paso a  las sopas calientitas. Menos ensaladas y más guisos, de vista al invierno, que es mucho más frío que los míos. Y acá la cercanía de los muertos es mucho menos marcada que en México. Tampoco hay cruces de pericón para proteger las casas y los coches.

En Barcelona, la llegada del otoño coincide, además, con las fiestas de la Mercè, que este año, como todo lo demás, estarán sometidas a las restricciones que impone el coronavirus. Anoche, mientras ponía la mesa para cenar, un raudal de música clásica entraba por la ventana del comedor. Venía del ensayo de la Banda Municipal de Barcelona que se preparaba para su función del viernes en la Plaça Major de Nou Barris.

Así la llegada de la tardor este 2020. Seguro que traerá más sopresas. 



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