Yo creo que fue con esta pelìcula con la que me convertì oficialmente en cinèfila. Estarìa entrando en la pubertad, calculo, cuando mis padres nos llevaron (supongo que tambièn irìa mi hermano y con seguridad nos acompañaba mi tìa Olga) al cine Plaza, que era enorme (antes de que lo convirtieran en multicinemas) a ver esta superproducciòn de David O. Selznick, basada en la novela de Margaret Mitchell y dirigida por Victor Fleming. Me recuerdo a mì misma, màs niña que adolescente, con la mirada totalmente enganchada a la pantalla; el cuerpo, inmòvil, y mi psique, presa de las emociones suscitadas por la cinta. No llorè durante la funciòn, lo cual es raro, porque estaba demasiado concentrada (sin necesidad, en realidad) en leer los subtìtulos, que me resultaban muy pequeños. Pero al salir, rompì en llanto y no pude parar durante un buen rato. Serìa la conciencia de que el amor tampoco era la respuesta.
A partir de ese momento me enamorè de Clark Gable y me obsesionè con Vivien Leigh. Me regalaron libros sobre ellos y sobre la peli, aunque nunca leì la novela original. Compartì mi aficiòn con una amiga, que para una presentaciòn con diapositivas que tuvimos que hacer en la escuela, eligiò hablar de todo cuanto tuviera que ver con la realizaciòn del film, aunque yo para entonces ya estaba màs interesada en el golpe militar que habìa derrocado a Salvador Allende en Chile, y optè por entrar a ver un trabajo sobre este tema y no el de mi amiga.
Ya no recuerdo si he vuelto a ver o no Lo que el viento se llevò. Quizàs algùn fragmento en la tele, pero sì que me apetece hacerlo, ya sin la ilusiòn de que Rhett se quede con Scarlett. Que ella ya se las arregla muy bien sola.
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