Lo último que imaginé en la vida es que montaría yo un altar para mis muertos en Barcelona (of all places...). Pero la vida es así de sorpresiva o más. Como la muerte.
El caso es que mi amiga Joana me propuso que pusiéramos la ofrenda en su casa (en su comedor) a pesar de que para ella, y para el viejo mundo en general, la celebración no tenga mayor significado, como contaba yo aquí hace un año. Bueno casi un año, porque en esta ocasión me he adelantado un par de días: montamos el altar ayer y hoy será nuestro segundo día de castanyada y panellets (los dulces catalanes típicos para estos días).
La ofrenda este año no tiene fotografías (las de mis muertos están todas en México), pero sí que tiene pan de muerto (el de la tortillería gracienca), mandarinas, papel picado (hecho a mano por Joana y por mí con lo que aquí llaman papel de seda, nuestro papel de china) y hasta una calaverita de azúcar decorada (proveniente de Madrid y comprada a precio de oro en otra tortillería, más bien como miscelánea, de productos mexicanos).
También tiene cigarros (para mi mamá y mi tía Olga), vino dulce (bebida tradicional para la castanyada), Tiene agua y sal y un espejo y 4 velas anaranjadas en sendos vasitos de yogur, proveniente de un bazar de chinos, que es donde aquí se compran las velas. Tiene dos juguetes, que para mi representan el paso del tiempo, lo que fue y ya no es: una combi amarilla de tracción (que además me recuerda a mi tía Marisa que tuvo una así en la vida real) y una baldufa (pirinola o peonza) que compré hace poco cerca del Montseny.
Tiene unas conchas del Mediterráneo, porque la vida y la muerte están en todos sitios, y unas hojas de los árboles que aquí llaman plátanos, que adornan muchas ciudades europeas, y se desvisten en el otoño, claro, recordándonos la transitoriedad. Flores pusimos también por supuesto, de las de acá: panaculata (como nuestra nube blanca), una suerte de nube violeta, minúscula, y claveles de varios colores: los rojos en honor de mi tía Olga y uno morado oscuro, casi del color de nuestros terciopelos. Y tiene un corazón rojo brillante. Todo está dispuesto sobre un camino de maduixas (fresas en catalán) y un mantelito mexicano blanco deshilado.
Al centro, junto a la calavera de azúcar, están las dos principales homenajeadas de este año: la Chara, la hermosa perra que mi comadre rescató hace muchos años y que vivió en Chimal hasta hace unas semanas, y la Ñaña, mi preciosa gatita negra que vivió en mi casa de Cuernavaca hasta marzo de este año. Lástima que al final no le pedí a Anna, amiga de acá, que nos donara unas croquetas para ellas. Se las debo para el próximo año. Y honrar a las mascotas invoca a mi querida Dasha a este espacio sagrado que es suyo también, como todos los años.
Así el Día de Muertos en este extraño y desafiante 2020, del otro lado del Atlántico.
Que todos los seres encontremos la felicidad verdadera y estemos libres del sufrimiento...
Me encantó!! La vida y la muerte la dualidad que la mente creó, son lo mismo, no hay una sin la otra. Nos vemos pronto!! Abrazos
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