Finales de marzo. La primavera espera, como agazapada, el pistoletazo de salida para acabar de irrumpir en nuestra vida. A ella, el virus ni le va ni le viene. Hay manchones morados alrededor del condominio. (Las jacarandas, al final, se decidieron a florecer.) Las golondrinas surcan el espacio, muy cerca de los edificios. Algunas parvadas de aves muy pequeñas (no tengo idea si los gorriones vuelan en grupo) pasan volando a lo lejos. «¿Los viste?», me pregunta emocionado M, el cumpleañero, «pasaron volando en una nube negra.» Su padre asegura que eran pájaros, no insectos. M corre para ver si los divisa detrás de los edificios para mostrármelos, pero ya se han ido.
Entonces llega su segunda o tercera visita de la tarde. Sus padres le han organizado una caravana de cumpleaños. (Festeja su primera década de vida y la fecha no puede pasar desapercibida. Ya tuvo que renunciar a la celebración de los 9). La dinámica es sencilla: Sus amigos vienen en auto con sus papás, entran al condominio y se detienen en frente del puesto celebratorio. Sobre una mesa angosta hay globos de colores: algunos son pokemones; otros, unos bichos que desconozco, de un video juego. (Entendí que había tripulantes e impostores. Indistinguibles unos de otros.) También hay galletas decoradas, con más pokemones y más impostores. Y churritos de maíz, con y sin chile. Hay cajitas ya empacadas con productos semejantes para ofrecer a quienes lleguen de visita. Y espacio para los regalos que le traigan a M, claro. Al lado de la mesa, hay una manta con un pokemon más grande (se me olvidó quién es) del cual suben dos globos enormes: un uno y un cero dorados, el lugar perfecto para las fotos.
Los invitados no se bajan del coche (solo alguno más audaz) y todos, niños y padres traen mascarillas. Algunas son incluso dobles. A M, que estaba libre de mascarilla, lo mandan a casa a por ella.
Y entonces llega E, una de las amigas de M. Viene caminando (se ve que vive cerca), acompañada por su madre. Ambas con media cara escondida, claro. Cuando la niña ve a M, se lanza a abrazarlo. Sin pensarlo. Y entonces su madre, le grita que no, que eso no se hace. Todos nos quedamos boquiabiertos. Patifidusos. E empieza a llorar, quedito, muy quedito. «Es que lo extrañaba mucho», le explica a su madre. «Ya no llores», le responde ella.
Antes de irse, y respetando la sana distancia de seguridad, E le dice a M:
«Perdón por abrazarte».
Ayy!!! Me dolió el corazón, donde estamos que ya nos creímos que un abrazo mata😪!!! Qué fuerte. Te dejo uno de corazón amiga
ResponderBorrarA mí también me dolió el corazón 💔
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