Hoy cumpliría 87 años. Y lo recuerdo, como cada 16 de agosto.
Hoy, en mi grupo de práctica de escritura de los lunes por la mañana, nos dieron como tema: "Las cosas que cargo". Y apareció mi papá:
Cargo, todavía, el miedo de mi papá. El miedo que le dejó dentro la guerra civil española. No era un miedo a morir o a la muerte (no cuando yo era niña, ese le vendría después). No era miedo a las bombas o a los rifles. No lo creo. Era más un miedo al hambre. Miedo de no tener suficiente para comer. Miedo de que la tía Amandina se robara el único huevo que habían guardado para él (enfermo de tuberculosis). Miedo de que ya no lo mandaran a por el pan porque de regreso a casa se comía los corruscos de las piezas que había comprado. Miedo de no volver a ver a su papá y miedo de volver a verlo.
Ese miedo, de adulto, se convirtió en la obsesión de coleccionar cosas, como si así se asegurara de no quedarse sin nada. Coleccionó, sobre todo, perros de porcelana, y los guardaba en una vitrina. Pero no paró ahí. También coleccionó gallinas. Y esferas de cristal. Y cuadros. Muchos muchos cuadros, de corte religioso una buena parte.
Ese miedo también se convirtió en su fobia por los ratones. (Supongo que convivió con ellos durante la guerra). A mi hermano y a mí nunca nos permitió tener un hámster como mascota porque le recordaban a los roedores de su infancia.
El miedo que cargaba lo llevó a intentar estar siempre en control de su propia vida. Jamás una copa de más. (Para eso estaba mi mamá.) A él que no se le notara quién era en realidad.
Él cargaba, también, con la desaprobación (¿desprecio?) de su padre. Y yo cargo, aún, con la mirada culpable en el rostro de mi "tío" Manuel, que no era en realidad mi tío sino el amante de mi padre, su verdadero compañero de vida.
Yo cargo, también, con la forma en que se balanceaban las cosas en el departamento de la calle Uxmal durante el terremoto del 85. Él me instó a pararme bajo el quicio de una puerta y entonces vimos cómo dos figuras de barro, un rey y una reina de artesanía, se caían y perdían la cabeza.
Él cargaba, también, el miedo al rechazo y al abandono. Tanto así que se parapetó tras una vida de fantasía que intentó mantener intacta, aun cuando se desmoronaba a cada paso.
Saber lo que cargo, hoy, me permite soltar, seguir soltando. Mi papá no se atrevió a mirar.
Ojalá llegues a un espacio, pa, donde puedas trascender el autoengaño y encontrar la felicidad duradera, más allá del prejuicio y del miedo.
Gracias por compartir,sin duda conocer los miedos de los padres nos permiten honrarlos y elegir algo distinto. Ya te extrañooo
ResponderBorrarYo también te extraño, amiga. Veámonos pronto. Gracias, siempre, por tu compañía en este espacio.
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