sábado, 25 de septiembre de 2021

Algo de lo que hay en mi nombre

En mi nombre hay 5 letras: 3 vocales y 2 consonantes. Una de las vocales está repetida y es mi vocal, quizá mi letra, preferida: la A. Siento que me contiene y me representa y que lo demás está ahí para contenerla: la E, la D, la L. En mi nombre está la abuela que no conocí: mi abuela Adela, la mamá de mi mamá. En mi nombre está también su mamá, mi bisabuela Adela, a la que sí llegué a conocer, de muy chica. Nos daba, a mí y a mi mamá (quizás a mi hermano) trocitos de pan para mojar en aceite de oliva con ajo. Cuentan que, cuando mi mamá estaba embarazada de mi hermano y me llevaba a mí en brazos, sonó el teléfono del departamento de la calle de Uxmal. Ella venía bajando la escalera y siguió bajando hasta que contestó. Era su abuela, mi bisabuela, que le dijo algo como: "Te vas a caer, vas a matar a la niña que llevas en brazos y vas a perder al que llevas en las entrañas". En mi nombre hay tragedias que no sucedieron y visiones oscuras del mundo.

En mi nombre hay más Adelas hacia atrás: mi tatarabuela, mi tataratatarabuela y así, hasta llegar, dicen, a Adèle Hugo, la hija de Victor Hugo, que, dicen, enloqueció.

En mi nombre hay locura y culpa. Y en mi nombre encontré lo primero que me gustó de mí: su sonoridad, su contundencia, su originalidad. Conozco muy pocas Adelas y más bien de oído que en persona. Me gusta mi nombre y me gusta que me llamen por mi nombre completo. Odio el diminutivo, Adelita, aunque ha habido gente que me lo dice con cariño y entonces me gusta. Adelita me decía mi mamá cuando estaba enojada y no quería que se le notara. Mi papá me decía Ade y me gusta, pero me suena a pasado. Natasha y Pilar me siguen diciendo así y está bien. Siento raro cuando la gente nueva me dice Ade porque es como si no fuera yo. Una expaciente lo usó, motu proprio, y aunque en principio me desconcertó, llegué a apreciar el afecto que contenía. 

En mi nombre están las voces de quienes han pasado por mi vida en calidad de parejas: Adelis o Adela Mosca me decía Horacio (a quien recuerdo hoy especialmente a un año de su muerte). Mi nombre se transformó en Pischate (entre otros que ya no recuerdo) en labios de Adrián. Adela con acento americano (con la lengua atrás de los incisivos sobre el paladar para la D, en lugar de entre los dientes) fui para Rex. Hay otros cuyos ecos se han silenciado u olvidado en lugares más o menos comunes.

Jefa, Cangi, Pef es mi nombre en boca de mi hijo. Se transforma. Cambia. Se reinventa. En mi nombre hay fuerza y decisión y supervivencia. Hay amor en mi nombre. En mis nombres.

Nombre de pila solo tengo uno: Adela a secas, decían mis papás. Mi hermano también tiene solo uno. Los de ellos eran compuestos. Marta Cecilia, mi mamá. Román Indalecio Luis Joaquín (y quizás Roque), mi papá. Me gusta tener un solo nombre oficial y varios extraoficiales, nacidos del cariño.

Y en esta imagen rescatada de un cajón, de derecha a izquierda, la bisabuela y la abuela que viven en mi nombre, junto a mi madre niña que no vive en en él ni en el linaje de Adelas y de pilón, mi abuelo Óscar, un poco intruso, y una silueta sin nombre, muy al fondo dentro de la casa:


 

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